Con la cabeza adornada por una permanente caoba claro y el rostro anguloso tirante de tanta incertidumbre, Carmen Tejero, de 73 años, esperaba que alguien le dijera si su marido estaba vivo o muerto. Habían pasado casi cinco horas desde que el autobús en el que viajaba su esposo se había salido de la carretera en una curva y 19 personas habían perdido la vida y otras 21 estaban heridas. La señora Tejero no quería creerse, se resistía a pensar que su marido estaba entre los muertos, pero la espera, que no consiguió romper su gesto, la rompía por dentro. Ella le había animado a ir de excursión.
Esta aragonesa, madre dos hijos y una hija y que residía en la localidad de Torredembarra (Tarragona), hablaba pausado en la cafetería de sillas de aluminio dorado del Gran Hotel El Coto, en Matalascañas. A su lado estaban Rosario Fernández y Concepción Ortés, esta última una mujer menuda y elegante con gafas de montura dorada y que se animó a viajar hasta Huelva precisamente por la insistencia de Carmen Tejero. Rosario Fernández lloraba a lágrima viva con el susto en el cuerpo, a pesar de que ya había hablado con sus hijos. No dejaba de repetir que se había salvado porque ya había visitado la Gruta de las Maravillas, incluida en el paquete de Nostratour Viatges. La señora Ortés se había quedado en el hotel, junto a otros siete integrantes del viaje -seis mujeres y un matrimo-nio-, por simple y entendible pereza. El martes habían visitado Sevilla, y el lunes Portugal, siempre desde el hotel de Matalascañas, y estaba baldada. Había que levantarse a las siete de la mañana y prefirió unas horas de sueño a la visita a la gruta.
Pero la angustia de Carmen Tejero era doble; no sólo no sabía si su marido estaba vivo o muerto, sino que le empezaba a crecer dentro un sentimiento de culpa, ya que fue ella la que animó a su esposo a que fuera el viaje. "A mí me duele una pierna, vete tú, con la Tomi y la Isa", asegura que le dijo a su marido. Esa frase normal, ese razonamiento lógico, cómplice y generoso con su pareja, no se le olvidará mientras viva.
Carmen Tejero fue llevada en volandas, todavía ignorante, pero en volandas hasta una sala privada del hotel. Hasta allí llegó una psicóloga de la Cruz Roja, acompañada de media docena de voluntarios, todos llenos de buena voluntad pero con uniformes rojos y llenos de franjas fluorescentes que poco contribuían a calmar los ánimos de las decenas de personas, casi todos de edad avanzada, que permanecían atentos y asustados en el enorme hall cubierto de mármol y azulejo del Gran Hotel El Coto. Poco después llegó la delegada de la Consejería de Asuntos Sociales de la Junta de Andalucía, María Luisa Faneca, que se metió en la misma zona en la que la psicóloga trabajaba con Carmen Tejero.
En el hotel pasan unos días de descanso cerca de 600 personas, en viajes del Inserso. La que sufrió el accidente era, sin embargo, una excursión privada. Mayores de Segovia, Madrid, Toledo, Granada, Jaén, Barcelona, Las Palmas, Lleida o Pamplona hacían cola frente a los locutorios para ponerse en contacto con hijos y familias y contarles con su propia voz que no iban a bordo del autobús accidentado.
En las partidas de cartas, y frente al televisor de pantalla gigante situado en la cafetería, no se hablaba de otra cosa. Dos mujeres recordaban la pericia como bailarines que una pareja de la excursión catalana había mostrado la noche antes. Aún se acordaban de lo compenetrado y armonioso de los pasodobles ejecutados por la pareja, pero todavía no sabían si estaban vivos o muertos.
"Habrá mucho tráfico"
Y es que seis horas después del accidente, Carmen Tejero no sabía nada. Al estar de vacaciones y pasándolo bien, muchos de ellos no llevaban documentación y seis cuerpos no eran fáciles de identificar para la Guardia Civil. Carmen Tejero no sabía si su esposo estaba vivo o muerto. Probablemente tendría que acudir hasta el tanatorio de Palma del Condado para ver si uno de esos restos humanos era el de Ángel Ezquerra, el padre de sus hijos y compañero de vida durante la mayoría de sus 73 años. Precisamente ella, que según uno de los animadores del hotel, era la que le había quitado hierro a la impaciencia cuando el autobús tardaba y tardaba en llegar al hotel. "No os preocupéis, que seguro que es que hay mucho tráfico", dijo entonces.
El primero en alertar a las autoridades de Tarragona fue el concejal de Medio Ambiente del ayuntamiento, Agustí Mallol, que se encontraba desde el lunes en Huelva en unas jornadas sobre seguridad en la industria química. Minutos después de conocerse la noticia, Mallol se trasladó al lugar del siniestro. El alcalde de Tarragona, Joan Miquel Nadal, se trasladó también a Huelva a última hora de ayer, informa Lali Cambra.
Desde Tarragona salió anoche un autocar para dar traslado a los familiares que así lo desearon, aunque a primera hora de la tarde muchos de ellos ya habían decidido acelerar el viaje en coches particulares.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 15 de noviembre de 2001