Hace unos días, mientras disfrutaba del madrileño atasco de los viernes, fui testigo de un curioso fenómeno en la intersección de la Castellana con Raimundo Fernández Villaverde. Por espacio de 15 minutos, un centenar de conductores histéricos representaron ante mis ojos el dramático devenir de la humanidad.
Ajenos a cualquier norma moral, cívica o racional, estos conductores se empeñaron en cruzar al modo Fuenteovejuna, es decir, ¡todos a una!
Ignorando guardias y semáforos, peatones y ambulancias, se arrojaron al caos con una determinación completamente animal y egoísta. Bufaban, rugían, pitaban y se amedrentaban unos a otros como si sólo importase pasar, alcanzar el otro lado a cualquier precio. Recordaban esa imagen documental de una manada de ñúes atravesando en tropel los ríos de Kenia, unos encima de otros, como si los persiguiera un león.
En tan patético desorden, la tranquilidad sólo regresó cuando unos pocos conductores empezaron a ceder el paso a los demás, autorregulando la circulación. Entonces me di cuenta de que nuestro mundo es como es, seguramente, porque todos nos empeñamos en tenerlo todo: poder, riqueza, razón..., preferencia. Incluso sabiendo que, con sólo ceder un poco, probablemente habría espacio, y camino, para todos.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 16 de noviembre de 2001