Las talibanas aún no se han quitado la cárcel de ropa: tienen miedo. Los que entran son, finalmente, hombres, afganos, integristas religiosos: cuidado con ellos. Y estos hombres compran y miran en coro estampitas de mujeres ligeras de ropa: artistas del cine de la India. Otras imágenes de las chicas pintadas proceden, a mi parecer y recuerdos, de algún prostíbulo, dado el cálido interior en que se hacen.
Los talebs o los islámicos, en general, que en otros lugares llevan a peores a sus mujeres, tienen una teoría: velos, capuchas y trajes talares no van contra ellas, sino para encarcelar la lujuria del hombre. Son como Franco. Cuento a veces que un jefe de Censura, Juan de Dios Ruiz Ferrón, que me recibió con camisa de nazareno y un pasador con calavera y tibias sujetando el cordón, me explicó el funcionamiento del aparato genital femenino para reprocharme ponerlo en funcionamiento con humedades, congestión de sangre y excitación si yo publicaba (en Sábado Gráfico, que dirigía) una foto de Errol Flynn en slip; para calmar ese acontecimiento fisiológico, las chicas hacían cosas pecaminosas, sus almas corrían peligro y algunas se perdían. ¡Vaya taleb! Cuando acabó ese tétrico reinado, el desnudo femenino fue un signo trascendental en el teatro, y por actrices de primer orden: María José Goyanes, Rosa Valenty, Victoria Vera. No era frivolidad, sino reivindicación de una idea del hombre y la mujer. Se habló de 'destape', pero era una libertad.
Todos los desnudos, masculinos y femeninos, representan una mirada de artista, de los griegos a Canova, de él a Picasso -ahora exhiben sus cuadros eróticos en Barcelona-, hacia algo que se considera bello de por sí. Estos saltos de las tapadas a las desnudas tienen más trascendencia de lo que parece: el salto del oscurantismo a la libertad.
En el refranquismo de ahora, en el neoscurantismo, se vuelve a reprimir el desnudo. En una vida larga de asombros y extrañezas (la de este inocentón) es asombroso que el esfuerzo contra el cuerpo femenino lo hagan ahora las feministas; aunque en los finales del XIX una sufragista inglesa, del grupo de Mrs. Pankhurst, apuñaló La Venus del espejo, de Velázquez (lo tengo como fondo de pantalla del ordenador, pero lo voy a quitar porque la reproducción pierde su suntuosidad de carne, terciopelo y cristal).
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 16 de noviembre de 2001