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Crítica:RICHARD BONA | JAZZ

Prodigioso

Cogió el bajo de cuatro cuerdas y empezó un prodigioso solo al estilo de los que hacía el malogrado Jaco Pastorius. Atacando las cuerdas con el pulgar, con armónicos, vibratos y frases cortas. Hasta que sonó un móvil. Richard Bona se lo tomó con buen humor, pese a lanzarle una imaginaria granada de mano al inoportuno de turno. Lo malo es que la interrupción le hizo perder el hilo de lo que estaba tocando.

¿Pueden equivocarse Harry Belafonte, Paul Simon, Manu Dibango, Branford Marsalis, Michael Brecker o Josef Zawinul al elegir a un bajista? Porque todos ellos han contado en algún disco o concierto con este camerunés de 31 años, del que se cuenta que declinó acompañar a Eric Clapton de gira porque prefería terminar tranquilamente su disco.

Richard Bona

Richard Bona (bajo eléctrico y voz), Etienne Stadwijk (teclados), Oz Noy (guitarra), Aaron Heick (saxos), Nathaniel Townsley (batería) y Café (percusión). Clamores. Madrid, 15 de noviembre.

Bona posee una vis cómica notable, entre Louis Armstrong y Bill Cosby. Tiene entretenido al respetable con un surtido de muecas y gracias, en unos momentos McFerrin-Jarreau, que el público disfruta. Pero, sobre todo, es música en estado puro. La música como celebración de la vida. Con una sanza (piano de pulgar africano) y cantando en su idioma natal, o cuando la cambia por el bajo de seis cuerdas. Y lleva buenos acompañantes: de Surinam, Brasil, Estados Unidos. Decía Pastorius que él tocaba el bajo como si estuviera tocando con una voz humana. Richard Bona, además de tocar, canta. Con una voz elástica ofrece delicadas canciones africanas como la bellísima Eyala, súplica a favor de la comunicación entre los seres humanos, o una conmovedora plegaria iniciada con la cita de un clásico de Jobim. A este portento musical aún se le puede ver hoy en Cartagena y mañana en Granada.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 17 de noviembre de 2001