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Crítica:JAVIER BARÓN | FLAMENCO

Pequeño, enorme espectáculo

Con una hora basta y sobra para triunfar por derecho. Sesenta minutos de humildad, inteligencia, buen gusto y voluntad de búsqueda. Javier Barón busca la inspiración en Vicente Escudero: lo estudia, lo encuentra, se empapa de él, lo intenta integrar en su propio baile. Coge unas cosas sí y otras no. Y nos enseña al final el resultado de esa búsqueda, su crecimiento en la elegancia, la sobriedad, el compás y el respeto a la música.

Sin más pretensiones que contar cómo es su proceso de acercamiento a aquella figura genial y mítica de las vanguardias europeas que fue Escudero, Javier Barón construye un espectáculo original y serio, arriesgado y también vanguardista. Con una curiosa paradoja: no se puede bailar más pegado a la tierra, con menos alharacas.

¡Baile de hierro, baile de bronce!

Baile y coreografía: Javier Barón. Grupo: Ramón Martínez, Pedro Córdoba, Manuel Betanzos y Ángel Atienza. Cante: Segundo Falcón y Juan José Amador. Guitarras : José Quevedo Bolita y Javier Patino. Percusión: Antonio Coronel. Teatro Francisco de Rojas del Círculo de Bellas Artes. Del 14 al 17 de noviembre. Madrid.

Le acompañan dos guitarras, dos cantaores espléndidos, un percusionista y cuatro bailaores. La escenografía es blanca y sugerente, y la música elegida por Faustino Núñez es una maravilla: la zambra de Sabicas, la cabal de Sernita, la farruca...

A veces parece teatro, pero no lo es. Teatro de la naturalidad, en todo caso: sin trampa ni cartón. De esa naturalidad, de esa honradez, asoma la grandeza y la originalidad de este pequeño, modesto espectáculo: casi nadie huye hoy del aplauso fácil como lo hace Barón, que se empeña en no dejar ni un segundo de transición entre baile y baile para evitar posibles entusiasmos que aquí no pegan para nada. Se trata de poner en escena sus inseguridades, de representar sus dudas creativas, y eso no se aplaude.

Barón baila sin hacer ruido, sin guapearse, sin golpes de efecto. Suda hasta la última gota de esfuerzo, y se arrima al baile clásico con la valentía de saber que no alborotará a las masas como los saltimbanquis. Pero seduce por completo. Y además hace honor al título, que toma prestado del gran Escudero, que escribió al final de Mi baile: 'Avancemos pues sin retroceder, adelante con los faroles aunque tengamos que terminar con la chimenea al hombro. Baile de hierro, baile de bronce. Así bailaría yo'.

Y así nos vamos: conociendo mejor al olvidado bailaor vallisoletano y descubriendo, redescubriendo, a este irreprochable Javier Barón en la cima de su carrera.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 19 de noviembre de 2001