Desde que Gran Hermano abrió la veda de la clonación de famosos ful, violar la intimidad se ha convertido en un chollo. Los concursantes saben que su fama les permite vivir de pesebres y les ahorra tener que elegir el venéreo atajo de hacerse gigolós para explotar, como Dinio en Crónicas marcianas, su rentable biografía genital.
En la fase inicial de posgranhermanismo destacó la presencia de los concursantes en otros programas de Tele 5, creando así una curiosa mezcla de sinergia y endogamia. Su misión consistía en dejarse insultar o en participar en esas tertulias atombolizadas en las que, por más que chillen, nunca alcanzarán el nivel de Coto Matamoros, ese pedazo de colaborador que, en una genial entrevista que le hizo Sardá, presumió de comunista, mal padre, peor marido, quinqui y pluritoxicómano sin caer ni en el ternurismo ni en el arrepentimiento y con una audiencia que habría hecho enloquecer a Máximo Pradera.
La presencia de los ex de GH es ya una costumbre. Íñigo intentó renacer como drag queen, Alonso luce palmito para no se sabe qué y Marta se erige en representante de ese sector social vocinglero tan asiduo de un planeta, Marte, del que algunos de sus habitantes intentan alejarse con programas propios (Fuentes) o currándose su condición de invitados (Carlos Latre en Lo + Plus o Boris Izaguirre en La noche con Fuentes... y Cía.).
El esplendor, sin embargo, llegó con el regreso de Carlos Navarro. Su negocio consiste en repetir los tics agresivos que ya mostró en GH. Le guste o no, deberá vivir de lo peor de sí mismo jugando, como Sardá, con la amenaza de ser devorado por su lado más oscuro. A Mariajo la contempla una discreta carrera como cantante y, al igual que Iván, sale a veces junto a la Campos. A Nacho y a Israel se les ha visto chillar en Moros y cristianos haciendo lo mismo que en la casa: nada. El día menos pensado opinarán sobre la yihad con modales de vacuo líder de opinión. Tienen derecho a permanecer en silencio, pero se buscan la vida rajando.
Mucho de lo que dicen debería ser utilizado en su contra, y en cambio, les permite subir enteros en la bolsa del escándalo. Hace tiempo que las cadenas prescinden de que la gente que habla sepa lo que dice, pero sorprende que la palabra pertenezca cada vez más a las Martas y los Yoyas aliados con las Nurias Bermúdez y los Lequios de turno.
Ania Iglesias, por lo menos, intenta dar el gran salto al teatro: interpretará a Ofelia. Aunque, pensándolo bien, no sé qué es peor. Quizás haya que buscar la explicación a tanto disparate en esa frase que pronuncian los mendigos: más triste es tener que robar.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 19 de noviembre de 2001