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Crítica:TEATRO

Nadie es perfecto

Nos gustan mucho los centenarios: suelen ser ocasiones en las que se destruyen obras y autores que fueron famosos, aunque a veces salga una buena versión. En el aspecto destructivo, el trabajo sobre esta obra que cumple ciento diez años es muy considerable. No fue nunca una gran cosa: una piececita atrevida, con sus inversiones de identidad sexual para ir saliendo de la grotesca y pudorosa era victoriana, que tuvo la suerte de convertirse en obra de representación anual. La tía entró en España, fecundó alguna otra cosa (La viejecita, zarzuela más animada), se representó algunas veces y viene ahora con pegotes de otras muchas cosas, de otras piezas. El más notorio, el de Con faldas y a lo loco, elegido para terminar la obra: el comodoro que persigue al hombre vestido de mujer, y cuando se descubre como hombre, le dice la frase 'Nadie es perfecto': preparada para que caiga el telón porque el público se monda: más que se ríe, se monda. Esta mondadura ha ido produciéndose durante la obra, sobre todo a partir de la mitad, cuando se van acentuando lo que llamo pegotes -viejos chistes de los de toda la vida, o nuevos de los de toda la televisión; y algunos de la obra misma-. Hay también para ayudar a la supuesta traducción alusiones a la vida española. En fin, un desastre: nadie es perfecto y esta reposición es claramente imperfecta. Los actores y actrices, buenos o no, corren y saltan, gritan y cantan, se toquetean: lo que les mandan los traductores, arreglistas, mutantes, directores y empresarios. Va a ser un gran éxito.

La tía de Carlos

De William Brandon Thomas (1892). Versión y dirección de Tomas Gayo y Julio Escalada. Intérpretes: Tomás Gayo, Lara Dibildos, Julio Escalada, Paula Soldevilla, Miguel Ángel Tocado, Javier Vázquez, Carmen Gran y Heli Albaladejo. Teatro Fígaro.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 21 de noviembre de 2001