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COLUMNA

Terror

Todo comenzó cuando un ciudadano ascético, exangüe, mineral, llamado Robespierre, descubrió el efecto que producía sobre el comportamiento humano ver caer la cabeza de gente que no había hecho nada malo. La fórmula era sencilla. Si uno mata enemigos (culpables o inocentes), es la guerra, pero si uno asesina inocentes, entonces también mata el alma de los amigos. Con claridad francesa se percató de que no hay arma más poderosa que el asesinato de inocentes si uno quiere tiranizar una nación.

Nada ha cambiado desde 1793. El Gobierno americano (que no América, la confusión es siempre fruto del cinismo) impuso el terror en Chile siguiendo los principios de Robespierre. Asesinar comunistas no amedrentaba a la gente común, por lo tanto, había que asesinar a quienes todos llamarían 'víctimas inocentes'. Sólo de ese modo la población sabría que estaba amenazada de muerte en su totalidad por un poder teocrático. Así actuaron Stalin y Hitler, así actúan ETA, Al Qaeda, los GRAPO o el IRA, herederos de una práctica política inventada por la burguesía nacional del periodo romántico.

Algunos dicen que el terrorismo de Al Qaeda nada tiene que ver con el de ETA. Lo ha dicho gente indigna de confianza, pero también algún bienaventurado de alma muerta. No lo entiendo. Es cierto que sus dioses, Alá y la Nación Vasca, son diversos, pero ambos grupos comparten un credo fundamental. Creen que pueden conseguir beneficios asesinando a gente inocente. Y los matan precisamente porque son inocentes. Con sus majaderos informes y la beocia de sus argumentos, demuestran saber que asesinan a inocentes. Y que quieren seguir asesinando a inocentes porque eso les traerá beneficios.

Semejante proposición es tan escalofriante que cualquier matiz, distingo o reserva con respecto a un grupo terrorista me parece trivial. O bien, fruto de la inconfesada esperanza de compartir los beneficios que devengue el asesinato de inocentes.

Perdonen esta sarta de obviedades, pero no creo que sea del todo inútil repetirla una vez más. Acabo de leer unas declaraciones de Arzalluz y él también se repite.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 21 de noviembre de 2001