Kunduz, el último foco de resistencia talibán en el norte de Afganistán, se convirtió en una ratonera para Kanushka Rasuli, un joven ingeniero de 26 años que se refugió en esa ciudad con su familia cuando se iniciaron los bombardeos sobre Kabul hace un mes y medio. Acaba de escapar de allí con relatos espeluznantes sobre la situación.
'Los extranjeros no dejan que los talibanes se rindan', asegura. 'Las cosas estaban realmente mal', manifiesta. 'Cuando llegaron los extranjeros, quiero decir los árabes, los paquistaníes, los chechenos y otros, mataron a cuatro chicos porque les encontraron riéndose y creyeron que se burlaban de ellos'. Fue la primera ejecución de la que tuvo noticia. No sería la última.
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'Un médico al que conocía de antes me contó que un día llegaron unos árabes al hospital donde trabaja para que atendieran a un herido que llevaban con ellos; abordaron al primer médico que encontraron y, cuando les dijo que él era dentista y que no podía ayudarles, le dispararon allí mismo', relata Rasuli.
Según este joven, la relación entre los talibanes y esos guerrilleros extranjeros tampoco es buena. 'Unos trescientos talibanes querían unirse a Jabid Mutahid , pero los extranjeros les mataron para impedírselo', declara convencido, aunque reconoce que él no lo presenció. 'No es un rumor, se lo oí a varias personas', subraya.
Ese suceso ocurrió hace seis días, justo la víspera de que Rasuli saliera de Kunduz. Le ha costado dos días y una noche regresar a Kabul. 'Fuimos a una agencia de viaje y una persona nos dijo que había una furgoneta que salía a las siete de la mañana hacia Mazar-i-Sharif, que nos esperáramos; al día siguiente llegó y pudimos irnos', recuerda aliviado. Dos días más tarde hubiera sido imposible. Los talibanes prohibieron la salida.
'No van a rendirse, lucharán hasta el final', asegura Rasuli, 'han prometido luchar hasta que no les quede una sola gota de sangre'. 'Los talibanes son muy poderosos en Kunduz porque los que han escapado de otras ciudades se han concentrado allí y, además, hay muchos extranjeros apoyándoles', explica el joven ingeniero antes de advertir que, 'aunque muchos civiles han escapado y están a las afueras de la ciudad, miles de inocentes van a morir'.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 24 de noviembre de 2001