Si aparecen publicadas estas humildes líneas, ocuparán un humilde espacio dentro de la cada vez más humilde sección Cartas al Director de este diario, compartiendo honores con otras cartas de ciudadanos tan irrelevantes como yo.
Apenas nada comparado con el espacio que ocupa la opinión del señor Rodríguez Braun en EL PAÍS del pasado domingo 25 de noviembre. Opinión que, aun teniendo el mismo valor subjetivo que las de los demás, merece mayor preeminencia.
Es de suponer que dicha preeminencia procede del reconocimiento de una cierta autoridad del señor Rodríguez Braun sobre la materia en cuestión.
También es de suponer que dicha autoridad viene avalada por su currículum académico. No sé si ese brillante currículum incluye titulaciones en centros docentes privados o públicos.
Si éstas fueron expedidas por los primeros, entiendo su loa de privilegiado a lo privilegiativo.
Si lo fueron por centros públicos, reforzaría mi sensación de que sólo éstos pueden garantizar una formación plural, que incluye voces discrepantes respecto al propio sistema público de enseñanza, como la del propio Rodríguez Braun.
Soy licenciado universitario, hijo de obreros sin apenas estudios. Sé que tengo titulación universitaria gracias a la voluntad universalizadora del llamado Estado de bienestar.
También sé que no es del todo justo que un servicio tan necesario como la educación cueste lo mismo a personas con diferente nivel adquisitivo, pero esa desviación se podría corregir con una fiscalidad directa progresiva, justamente la política fiscal contraria a la que se viene aplicando por gobiernos tan liberales como a los que al autor le gustan.
Es una falacia que el liberalismo pueda garantizar una digna justicia social.
La única libertad que preconiza el liberalismo es la de la acumulación del capital.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de noviembre de 2001