Lo difícil va a ser convencer a los lectores de que fue una de mis mejores veladas teatrales, intensa, incluso mágica. Difícil porque habrá que vencer en los lectores los mismos prejuicios con los que yo fui al teatro Victòria y que poco antes de entrar en el vestíbulo, donde estaba citado con Maria Mercè Clara, presidenta de Femarec, me tuvieron cinco minutos merodeando por la calle. ¿Por qué prejuicios? Pues porque la obra que iba a ver, Els tresors, la interpretaba un grupo de chavales que son discapacitados psíquicos.
Intensa, mágica, espléndida velada teatral. Se representa en el teatro Victòria 'Els tresors', a cargo de un grupo de estupendos actores
En el vestíbulo no estaba Maria Mercè Clara, ocupada en los últimos preparativos, nerviosa con el discurso (muy combativo, por cierto) que debía leer. Fue Toni Font quien me hizo de cicerone, aunque primero me cargó de folletos, boletines y dossiers informativos referentes a Femarec y a la labor social que desarrollan. "El enfermo mental", me explicó Toni Font, "está estigmatizado, entre otras cosas porque el imaginario popular ofrece de ellos una imagen terrible. Es doloroso ver cómo a gente muchas veces con una capacidad mental normal se le cierran todas las puertas".
Vamos entrando por el pasillo del teatro. En el centro del escenario está Glòria Rognoni, directora de la obra, cuyo texto, con aportaciones de los propios actores, ha escrito Josep Maria Benet i Jornet. En torno al escenario hay un auténtico revuelo. Le pregunto a Glòria si le importa que hable un momento con los actores. Y es a partir de ese instante cuando empiezan a desvanecerse mis prejuicios.
"¡Uy, uy, uy!, usted es periodista, ¿qué me querrá hacer decir?", me dice Ana Maria Arqués, vestida de pirata, antes de explicarme la obra entera. Fernando Galbarro lleva un garfio: "Yo soy el malo y los mando a todos". "Fidel Rayo", me dice otro, "es el que lleva el timón de la risa". Jordi Juncàs, Cristina Balot y Carles Fernández son del grupo de ensayo de los lunes. Son ellos los que me conducen por el laberinto de objetos escenográficos. Me enseñan el barco pirata, el arcón del tesoro, las palmeras de la isla, que ellos han construido. Me señalan los objetos con sus sables de cartón. Me presentan a algunos de los más de cincuenta actores que intervienen en la obra.
En la sala el ambiente es electrizante. Cuando sale Mont Plans a presentar la obra no le cuesta el menor esfuerzo hacernos aplaudir a todos (el Victòria es enorme) con ese aplauso algo marcial, al unísono, para que empiece la función. Es difícil que vuelva a ver en los espectadores una entrega tan sincera. Lo que no sé, todavía, es que en la hora y media siguiente me lo voy a pasar tan bien. Que me reiré a carcajadas, me emocionaré, aplaudiré los aciertos y acabaré en pie, como todo el teatro, en un aplauso prolongado.
Els tresors son los tesoros del hombre, la cultura. Por el centro del pasillo avanzan los piratas, el sable en alto. Llegan a la isla del tesoro. Y en el arcón no encuentran oro y piedras preciosas, sino a los 10 sabios. Serán ellos los que nos ilustrarán sobre los tesoros del hombre. La obra se compone de escenas breves, muchas dialogadas, algunas gestuales, que se suceden a buen ritmo. Uno de los momentos que el público más aplaude es el del baile que acaba en un amago de strip tease. No es, desde luego, un espectáculo cursi. Y está lleno de gags impagables, como el del personaje que interpreta Marga Padrós, una catalana con mitones que parece salida de La Cubana o de Els Joglars. Glòria Rognoni ha hecho un trabajo enorme.
En fin. He empezado hablando de mis propios prejuicios porque es contra los prejuicios de la sociedad contra lo que Femarec más ha de luchar. Ya me lo había dicho Toni Font: "El teatro social es el escaparate. Desde el punto de vista terapéutico y pedagógico, les estimula la autoestima. Hacia fuera, se trata de mostrar lo que esta gente puede hacer cuando se les dedican recursos".
En su discurso, Maria Mercè Clara ha sido contundente. En Cataluña hay 245.000 personas con discapacidades, dice citando al conseller en cap, Artur Mas. Pero lo que no se ha anunciado -destaca la presidente de Femarec- es que en los presupuestos del año próximo se prevén recursos para atender sus demandas. Luego arremete contra la LISMI, la ley de integración social de minusválidos, que obliga a las empresas de más de cincuenta trabajadores a incluir en plantilla a un 2% con alguna discapacidad. Una ley que no se cumple pese a haber sido mejorada por el Real Decreto 27/ 2000, que sustituye la contratación directa por la compra de bienes a centros especiales de trabajo en los que, contratados y cobrando un salario, los discapacitados realizan, por ejemplo, trabajos de reciclaje de cartuchos de toner, de contadores eléctricos o de papel, es decir, trabajos no repetitivos y de cierta dificultad que influyen, además, en el propio desarrollo de sus capacidades mentales. La LISMI no se cumple porque no hay inspecciones y porque la multa es ridícula. Aparte del centro especial de trabajo, Femarec gestiona un centro de formación ocupacional y un centro de formación continuada. Un trabajo ingente que merecería un amplio apoyo de las instituciones y las empresas.
A la salida del teatro, sí hablo con Maria Mercè Clara, y con Josep Maria Benet i Jornet, y con Glòria Rognoni, y con Mont Plans, y con Joan Font, que ha ido de espectador y ahora está pensando en cómo puede lograrse que este espectáculo pueda ser visto por más gente. En cualquier caso, son para todos instantes de felicidad. Una felicidad especial.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de noviembre de 2001