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Crítica:

Triángulo cojo

Hay ganas de volver a ver -tras el chorro de tierno fuego que destapó en la turbulenta precisión de Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto- a Díaz Yanes detrás de una cámara. Ya está aquí Sin noticias de Dios y ante ella se calman esas ganas, aunque no es un filme del todo convicente, pues su solvencia y su brillantez están averiadas por algunas severas contradicciones de fondo. Y esto es así hasta el borde de la paradoja, ya que el novato director Díaz Yanes deja en las imágenes huellas de una sabiduría de filmador que no casa bien con los errores, casi de aprendiz, que mueve bajo esas estupendas imágenes el curtido guionista Díaz Yanes.

SIN NOTICIAS DE DIOS

Dirección y guión: Agustín Díaz Yanes. Intérpretes: Victoria Abril, Penélope Cruz, Demiam Bichir, Fanny Ardant, Gael García Bernal, Emilio Gutiérrez Caba, Elena Anaya, Juan Echanove. Género: comedia. España, 2001. Duración:

115 minutos.

La película contiene excelencias pero no funciona o funciona sólo a ráfagas, lo que no se aviene con su condición de comedia. Porque desde sus cautelosos primeros pasos la pantalla deja ver, como es de ley, que quiere que juguemos en ella a ese endiablado mecanismo de relojería dramatúrgica, a ese cruce de tipos y situaciones desveladoras del gozo de la captura del absurdo, a ese vuelo irónico a ras de suelo que llamamos comedia.Dos ángeles, que han resuelto con guapeza el dilema escolástico de su sexo y son ángeles hembras, una de la guarda y otra de la tentación, una enviada del Cielo de este mundo y otra de un Infierno aún más de este mundo, bajan a ras del suelo cotidiano a librar un combate para llevarse cada una a su terreno a un boxeador sonado, un casi zombi en el borde de la muerte.

Es éste el umbral de un juego que alcanza instantes de considerable altura pero que de pronto cae hacia tiempos muertos y esto le hace avanzar sobre una línea arrítmica y quebrada, que no sigue el crescendo sostenido, ese inconfundible perfil en escalera que distingue a una comedia con estrategia bien trazada. A la invitación a sonreír ante un roce o choque de personajes sigue el arrugue de un descenso brusco a la sosería, lo que crea islotes de aburrimiento que son heridas graves para una comedia, ya que crean dentro de ella golpes de frustración y con ellos una acumulación de fatiga imaginativa en el espectador.

Las arritmias y el perfil quebrado de Sin noticias de Dios son severas porque no son exteriores y proceden de un fallo de construcción, es decir, de escritura. Ésta mueve un triángulo de genuina comedia, en el que dos vértices, los de las angelitas, son materia de comedia, pero el tercer vértice, el crucial rincón del boxeador por el que ambas se enzarzan, carece de la textura y el flujo identificador que requiere un juego de comedia, pues es un personaje sin gancho irónico de arrastre y, lo que es más grave, es un tipo de estirpe realista que se ha equivocado de película. Y el triángulo hace agua por este agujero y -aunque Demian Bichir tiene garra gestual- hace cojear, desequilibra y tambalea el filme, herido por una carencia irreparable, porque lo es de forma, de médula.

Y de la condición medular de esta cojera proviene que la brillantez de la realización no redima a la quiebra de fondo, aunque es un filme bien realizado -repárese en el exacto y vigoroso movimiento de cámara en que Juan Echanove caza a Penélope Cruz-y bien interpretado, pues ésta da una buena réplica a Victoria Abril, que es la creadora de los más vivos momentos de esta pelea de ángeles convertida en idilio de actrices.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de noviembre de 2001