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Giddens desvela las mil caras de la globalización

El ideólogo de la 'tercera vía' vaticina el choque entre cosmopolitas y fundamentalistas

La globalización no es una cuestión esencialmente económica, ni un fenómeno a combatir. La interdepedencia, el rasgo clave del fenómeno, altera la familia, la economía, las instituciones transnacionales o la soberanía de las naciones. Y genera interrogantes cuya respuesta definirá la sociedad del siglo XXI.

Anthony Giddens, el sociólogo inglés cuyos textos políticos le han convertido en uno de los pensadores contemporáneos más influyentes, desveló ayer en Valencia las mil caras de uno de los conceptos de mayor éxito producidos por las ciencias sociales en los últimos años. El debate sobre la solvencia del término ya no se restringe a los seminarios, "ahora intervienen todos y la gente sale a las calles a expresar su posición".

Giddens, invitado por la Fundacion Cañada Blanch, dictó una conferencia de pie, "al estilo británico". Y esbozó las estrategias posibles para dar respuesta a los jóvenes que toman las calles para combatir un fenómeno que se impone por sí mismo. Como prueba citó una consigna de los grupos anti: "Únete al movimiento planetario contra la globalización".

Dos mil millones de dólares cambian de mano cada día en los mercados financieros, pero "es incorrecto" considerar que la globalización es esencialmente una realidad económica. Ésa es sólo una de sus caras.

Giddens defendió que "la primera fuerza que mueve la globalización es la revolución de las comunicaciones". La primera conexión vía satélite en los años sesenta es clave. "Sin la revolución de las comunicaciones no se habría caído el muro de Berlín en 1989, no habrían caído la Unión Soviética ni el apartheid en Suráfrica".

El atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, el hecho de que miles de millones de personas asistieran en directo al impacto del segundo avión contra la segunda torre ilustra tanto la dimensión del "fenómeno mediático global" como la perversidad de quien planeó semejante crimen.

También resulta incorrecto considerar la globalización como un fenómeno "externo". La alimentamos cuando encedemos la televisión o nos conectamos a la red. Incluso los movimientos anti utilizan la tecnología para organizarse. Pero también modifica estructuras sociales. "La emancipación de la mujer es una fuerza demoledora", explicó, alentada por el mismo fenómeno. La baja natalidad en España, por ejemplo, es un fenómeno transitorio: "Las españolas se emancipan pero carecen del apoyo social de las danesas para mantener solas a sus hijos".

El enfrentamiento en las calles responde, según Giddens, a dos perspectivas enfrentadas: grandes corporaciones transnacionales, arriba, se enfrentan a ONGs y otros grupos, abajo. Y la definición por oposición, negativa, de los grupo anti complica el diálogo.

Pero se pueden extraer ciertas consecuencias: "Una buena sociedad no puede estar dominada por las fuerzas de mercado, sino que resulta de un equilibrio entre mercados competitivos, gobiernos eficaces y una sociedad cívica desarrollada". Tal sociedad idílica no está generalizada en occidente y menos en el mundo, pero los argumentos a la contra de "la izquierda clásica" son inútiles.

Giddens concedió que se han estudiado poco las fórmulas para generar riqueza, pero subrayó que sólo la cooperación puede matizar las distancias y citó la Unión Europea como un sistema "pionero" que conjuga la cesión de soberanía con la cooperación económica.

Y vaticinó un nuevo debate que definirá el siglo XXI: El choque entre la sociedad cosmopolita, finalmente, es el único arma para combatir el fundamentalismo, que el sociólogo "inglés, británico, europeo y ciudadano del mundo" señaló como el gran choque que se avecina. Y explicó que el fundamentalismo, "una reacción a la interdependencia", no se sustenta sobre "lo que se sabe", sino sobre el "por qué" se sabe.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de noviembre de 2001