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Estados Unidos y nosotros

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

Desde el derrumbamiento de las Torres Gemelas han surgido como hongos los intérpretes no ya sólo del espíritu americano, sino también del alma. Ahora bien, países, colectivos sociales, individuos, etcétera, todos nos reflejamos produciendo, si más no, una imagen. Nadie es como cree ser, ni como quiere ser y menos como los demás le ven; con lo cual no afirmo que la observación del otro(s) es vicio de turba alegre. Ver como Proust desguaza a un personaje siempre será un gran placer intelectual. Y Proust va más lejos, pues nadie como él ha indagado el nacimiento, vida y muerte de una emoción, de una asociación de ideas y demás fenómenos que de forma acaso efímera, pero nunca gratuita, afloran a la conciencia. Pero Proust ni le va ni le viene a este artículo, el lector disculpe el fogoso desafuero.

Decía que ahora todo el mundo parece conocer el alma y el espíritu americanos. Han descubierto que es un pueblo patriota, unido, resistente a la adversidad, etcétera. O sea, han descubierto virtudes elementales y que el pueblo norteamericano comparte con el resto de la humanidad. España es un país dividido, un país de patrias y patrioterías. Pues bien, Vázquez Montalbán refirió en una columna (en EL PAÍS) cómo durante una navegación turística por el Egeo alguien se metió con España y una mujer catalana saltó hecha un basilisco. ¡Y era "independentista"! No me sorprendió la historia. A menudo, hay que tensar la cuerda para descubrir algo que no sabemos sobre nosotros mismos o que no saben los demás. Los mismos estadounidenses han descubierto el mucho amor que Nueva York les inspira. Yo vivía en la llamada capital del mundo, mediados los setenta. Fueron años de dura crisis económica para la urbe, hasta el punto de que el Ayuntamiento no pudo pagarnos un mes a los 17.000 profesores de su universidad. (Capeado el temporal, se nos pagó la deuda con intereses). La ciudad pidió auxilio y se topó con la renuencia de buena parte de la ciudadanía norteamericana. Nueva York era el lujo, el escándalo, el vicio, en un país sobre el que todavía planea la sombra de Jefferson, el fundador y autor de la Constitución. ¿Y ahora qué? El llanto de los norteamericanos por Nueva York obedece a más de una razón, pero yo tengo la certeza de que una de ellas es la adhesión amorosa a esa sede de todos los pecados, a ese asiento de todas las ideas, Pero mucho se ha tenido que tensar el arco.

"Angustia en la América profunda", leo en EL PAÍS. Estamos en Peoria, Illinois. La quinta ciudad del Estado, con 113.000 habitantes, a 300 kilómetros de Chicago. Efectivamente, la América interior. Según el relato, los escolares mayores de ocho años definen la libertad: "Que los padres tengan trabajo, poder leer cualquier libro, comer lo que necesitamos, poder ir donde quieras, poder tener distintas creencias religiosas, ser felices, divertirnos, decidir por nosotros mismos...". Ahí hay mucho Pericles ("No tomando mal al prójimo que obre según su gusto") y mucho del "vive a tu gusto" aristotélico. Falta sin embargo añadir que todas esas prerrogativas, dentro de un orden. O sea, haz lo que quieras, pero obedece la ley. Sobre esos dos polos ha basculado siempre la democracia estadounidense. La filosofía del poder (hobbesiana y a la postre también aristotélica) de Hamilton por una parte; por la otra, el agrarismo de Jefferson, con su creencia en la bondad innata del hombre, en la ley natural y en consecuencia, la desconfianza hacia toda autoridad fuerte. He hablado de dos polos y de la sombra de Jefferson, pero es Hamilton el que se ha impuesto: Estados Unidos es una superpotencia industrial y financiera, sus intereses se extienden por todo el planeta y los federalistas de antaño, los de Hamilton y Adams, se sorprenderían del fabuloso éxito de su ideario. Hoy, los tentáculos del Gobierno federal llegan a todas partes, dentro y fuera del país. "Nos topamos con el Gobierno central hasta en la sopa", claman los jeffersonianos. Aún derrotado, siempre Jefferson. Latente su ruralismo ("quienes trabajan la tierra son el pueblo elegido por Dios"), de ahí proviene, a mi ver, la tentación aislacionista, el desinterés del americano medio por el resto del mundo, el escaso conocimiento de la historia y la geografía.

La conmoción que hoy sufre Estados Unidos, ¿cambiará su modo de ver a los "otros"? Es importante que así sea y existen síntomas de un cambio de actitud política y, sobre todo, social. Es lógico, por otra parte; el paso de una sensación de invulnerabilidad a una de indefensión seguramente es traumático. En Peoria, el Journal Star dice: "Quizás, cuando se resuelva esta situación, habrá que pensar en qué hay que cambiar". Un personaje de la ciudad afirma: "... mis hijos no van a crecer tan despreocupados como yo. Espero que aprecien más el país y tengan una mayor comprensión de las relaciones internacionales". "No juzgar a todo el mundo por nuestros mismos patrones", dice a su vez un anticuario. Y un pastor baptista: "Durante mucho tiempo hemos hecho oídos sordos a los palestinos. Necesitan la tierra y eso hay que resolverlo". Algo se mueve en Peoria, es decir, en Estados Unidos.

¿Demasiados McDonald's por el mundo? Eso opina otro ciudadano de Peoria. Pero McDonald no es el problema. A la gente le gusta porque apela al mínimo común denominador del gusto gastronómico y económico y lo hace certeramente. No, no es eso. La presencia de la cultura popular norteamericana sólo irrita a una minoría. Además, los primeros "cocacolonizados" son los propios norteamericanos. (Idiosincrática es allí por ejemplo, la mazorca de maíz tierno y hervido). Dichosa "americanización". El cinematógrafo es europeo, como infinidad de tecnologías que han revolucionado el sistema de valores aquí y allá. Ahora el gran tinglado científico-tecnológico se sucede a sí mismo y lo hace antes donde está el dinero. No nos coloniza USA sino el desarrollo de un sistema. A poca tierra de que se disponga surgirán ciudades dispersas gracias al automóvil y al infierno que son hoy las grandes ciudades. (Todavía preferido, no obstante, por acaso tantos norteamericanos como europeos).

La americanización es, en buena medida, un mito. Que del infierno actual salga un cambio liderado por Estados Unidos: La humanización de las multinacionales.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de noviembre de 2001