Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra

Una nueva sociedad civil

La sociedad civil valenciana no es hoy la misma que la de unos años atrás. Se ha producido un cambio extraordinario y esta transformación es uno de los mayores éxitos de nuestro Gobierno. Antes, miraba usted a su alrededor y cuanto veía era una sociedad paralizada, de individuos anémicos, febles, tomados por la acidia, que cada mañana aguardaban, mano sobre mano, que las autoridades resolvieran sus asuntos. En la actualidad, es muy raro encontrar a un ciudadano que confíe en sus gobernantes para solucionar algún problema. Si se exceptúan unos cuantos empresarios, muy escogidos, cada valenciano ha aprendido a resolver por sí mismo sus negocios, sin esperar ninguna ayuda.

Hoy no es extraño encontrar a usuarios de la sanidad pública que acuden al hospital provistos de sus propias toallas o de termos con agua caliente, cuando se trata de alguna pequeña intervención quirúrgica. Nadie espera ya que los servicios públicos sean perfectos, y todos estamos dispuestos a echar una mano allá donde haga falta. Semanas atrás, el delegado del Gobierno en Alicante recomendó no confiar por completo nuestra seguridad a las fuerzas del orden. El alcalde Díaz Alperi ha venido a recordarlo, días pasados. "Hay la policía que hay y hace más de lo que puede". ¡Cómo no atender la llamada de estas personas que nos advierten de tal manera! Yo, por si acaso, me he comprado una garrota.

Lejos de provocar el desánimo, estos pequeños inconvenientes movilizan a la sociedad civil. Nunca como ahora se habían mostrado tan dinámicas las asociaciones de padres de alumnos de los colegios públicos. Al comienzo, mal acostumbrados, pretendieron que la Consejería de Educación resolviera sus problemas. Afortunadamente, la Consejería ignoró sus peticiones y los resultados no han tardado en llegar. La pasada semana, publicaban los diarios la noticia de que una de estas asociaciones había pintado de arriba abajo todo un colegio público de Alicante. Los propios padres compraron brochas y pintura, fabricaron andamios y escaleras y pasaron un fin de semana encantador. El colegio ha quedado reluciente.

Por esto no puedo yo aceptar la postura tan cómoda que manifiestan, estos días, los directores de los institutos públicos. Bien está que exijan el pago de las cantidades que se les adeudan. Nadie discutirá las dificultades que acarrea no disponer, en un aula, de folios o de tizas. Reconozcamos la incomodidad. Pero, mientras se resuelve el conflicto, ¿permanecerán cruzados de brazos? ¿Dónde está la imaginación de estas personas encargadas de educar a nuestros hijos?

Empléense estos directores en organizar concursos y sorteos. Rifen cestas de Navidad, jamones; vendan lotería. Muy pronto advertirán que puede lograrse un dinerillo extra sin recurrir a la subvención. ¿Acaso no aportarían los propios alumnos unos folios, unas tizas con las que proseguir las clases? ¿No prestarían gustosos, muchos de estos jóvenes, sus teléfonos móviles para que el centro realizara las llamadas más urgentes? Piensen, señores directores, que si con la educación pretendemos formar buenos ciudadanos, las acciones propuestas constituyen una práctica estupenda. Una práctica que activará las virtudes de la cooperación y espabilará a la sociedad civil, como pretenden nuestros gobernantes.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de noviembre de 2001