El Flamengo es el más popular y emblemático de los clubes brasileños y el de la hinchada más apasionada. Los más radicales no dudan en afirmar que se trata del equipo con mayor afición del mundo. Exageraciones al margen, ni el más fanático de los seguidores podrá negar que el Flamengo vive los peores días de su existencia.
Sus jugadores llevan cuatro meses sin cobrar. La confusión es total, las derrotas se acumulan -el Flamengo llegó a estar 13 partidos sin ganar, lo que le costó el empleo a Zagallo- y la amenaza de bajar a la Segunda División persiste.
El club necesita desesperadamente llegar a la final de una insignificante Copa Mercosur para poder asegurar el cobro de un millón de dólares (188 millones de pesetas) y de esa forma pagar los sueldos atrasados. En caso de que conquistara el torneo el alivio sería mayor, pues ese dinero se multiplicaría por tres. Parece mucho dinero, pero en realidad no es más que el 15% de lo que el Flamengo debe. Y apenas supera los dos millones y medio de dólares que, en concepto de sueldos y derechos de imagen, cobra Romario -que dejó el club hace dos años- por mandato de los tribunales.
En total, se calcula que para salvar al Flamengo de la bancarrota serían necesarios más de 20 millones de dólares (unos 3.760 millones de pesetas). Los jugadores están furiosos. Juan, internacional con Brasil, dice con todas las letras a quien le quiera oír: "La hinchada tiene que saber que hacemos por el club mucho más de lo que el club hace por nosotros".
La semana pasada, al ver que un grupo de hinchas agitaba billetes de un real (menos de medio dólar) y le gritaba "mercenario", Vampeta, que lleva cuatro meses sin cobrar, se detuvo y gritó: "¡Acérquense más, por favor, acérquense más!", mientras hacía gestos para agarrar el dinero que supuestamente serviría para ofenderlo. Nadie se acercó, nadie se rió. Los jugadores ya no corren para alcanzar una victoria: corren para coger el dinero.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de noviembre de 2001