La descoordinación entre operación militar y plan político en Afganistán ha abierto una brecha que amenaza con reforzar la división del país. A falta de un recambio para el régimen talibán, la Alianza del Norte ha ocupado el poder de forma provisional y este interregno está permitiendo la llegada de tropas de distintos países cuyos intereses no son necesariamente compatibles con la paz.
Norteamericanos, británicos, rusos, turcos y hasta jordanos se hallan en territorio afgano sin un mandato internacional claro. La ambigüedad de la resolución del Consejo de Seguridad ha abierto la puerta a cualquier posibilidad. El párrafo que pide ayuda internacional para mantener la paz "en las zonas evacuadas por los talibanes" no establece ni un mandato ni menciona a un país que lidere esa eventual fuerza. "EE UU no tenía unos objetivos políticos claros, tan sólo objetivos militares dirigidos a echar a los talibanes y a capturar a Osama Bin Laden", asegura el experto paquistaní Ahmed Rashid. "Cualquier intento de establecer una presencia militar más allá de los objetivos de la operación contra el terrorismo se convertiría en un problema y chocaría con la sensibilidad afgana", ha advertido, por su parte, el titular de Exteriores, Abdulá Abdulá.
Al margen del millar de estadounidenses que colaboran en la conquista de Kandahar, diversas tropas internacionales se han instalado en diferentes partes de Afganistán. La presencia en el centro de Kabul de un centenar de soldados rusos, a pesar de su misión humanitaria, no deja de interpretarse como un respaldo al líder de la Alianza, Burhanuddin Rabbani, el presidente del "Gobierno legítimo", según Moscú.
Los turcos, que tienen vínculos especiales con los uzbekos, mayoritarios en la región de Mazar-i-Sharif, han dicho que sus tropas (una presencia simbólica de 70 soldados) van a ayudar a crear unas fuerzas militares antitalibanes, es decir, reforzar la milicia del general uzbeko Abdul Rashid Dostum.
A Mazar-i-Sharif ha llegado también una fuerza conjunta franco-jordano-británica. Medio millar de estadounidenses y 130 británicos se encuentran desde hace dos semanas en la base aérea de Bagram, a 50 kilómetros de Kabul. La llegada de los británicos, que tienen otros 6.000 hombres listos para desplegarse, creó cierta tensión con la Alianza del Norte.
Sin embargo, ni británicos ni estadounidenses se han acercado a Kabul. Sus tareas parecen de vigilancia, control y asesoramiento. Fuerzas británicas han realizado tareas de protección para los altos funcionarios de la ONU cuando han salido de la ciudad. "La idea inicial de enviar fuerzas de los países islámicos estaba desde el principio condenada al fracaso", confiesa un diplomático cercano a las negociaciones. "¿A quién íbamos a enviar?, ¿a fuerzas violadoras de los derechos humanos?", se pregunta un observador occidental.
Difícil elección
La elección se presentaba difícil. No se podían enviar tropas de los países vecinos por su vinculación con los diferentes grupos en conflicto: Pakistán con los pastunes en general y los talibanes en particular; Irán, Rusia y las repúblicas centroasiáticas, con la Alianza del Norte. Tampoco podían ser fuerzas árabes por la inevitable asociación que los afganos iban a hacer con los simpatizantes talibanes que han venido de esos países y a los que se atribuyen los mayores atropellos. Las posibilidades se reducían casi a Indonesia y Bangladesh.
Fuentes de la ONU reconocen la necesidad de "una fuerza multinacional, disciplinada, efectiva y discreta". "Si las fuerzas occidentales se muestran discretas, no tiene por qué haber problemas, siempre que se coordinen con las autoridades afganas", dice un diplomático.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de noviembre de 2001