Tiene unos antepasados célebres que contribuyen a su aura, pero que también exacerban las críticas. Tariq Ramadan, de 39 años, nieto de Hassan al Banna, fundador de los Hermanos Musulmanes en Egipto, asesinado en 1949, e hijo de su discípulo preferido, lleva a cabo desde su cátedra de la Universidad de Friburgo (Suiza) una labor de renovación del pensamiento islámico y trabaja sobre el terreno con asociaciones de inmigrantes musulmanes. Sus voluminosas obras no convencen, sin embargo, a otros estudiosos, que le tachan de "neofundamentalista moderno" y le acusan de "pintar con colores más frescos la vieja retórica" de su abuelo. Invitado por el Institut Català de la Mediterrània, Ramadan estuvo en Barcelona.
Pregunta. ¿Es usted el heredero espiritual de Hassan al Banna?
Respuesta. No voy a renegar de mi abuelo para ser aceptado. No voy a abogar por un laicismo sin matices ni rechazar el velo islámico. No quiero gustar a cualquier precio. A mi abuelo no hay que verle a través de lo que algunos radicales han hecho con su herencia. Hassan al Banna, déjeme que lo recuerde, se oponía a la colonización, era partidario de educar a las mujeres -lo hizo con sus hijas-, de los métodos pedagógicos occidentales y del sistema parlamentario. Pero era un ser humano, no un santo, de los años cuarenta al que hay que situar en su contexto.
P. ¿Se considera un conservador o un renovador del islam?
R. Me sitúo en la tradición reformista. Estoy convencido de que se puede ser a la vez un buen musulmán y un buen europeo. Algunos musulmanes me critican porque mi islam es, según ellos, soft [suave]. Algunos europeos me acusan, en cambio, de practicar un doble lenguaje. Lo que perturba a muchos de mis interlocutores es que he optado por hablar desde dentro, desde mis referencias religiosas, pero que conozco bien el pensamiento de Occidente. No en balde hice, por ejemplo, mi tesis doctoral sobre Nietzsche.
P. ¿Hay ya un islam europeo como existe un islam saudí?
R. Pese a la impresión que se da a veces, en EE UU y en Europa se está produciendo una auténtica revolución intelectual. Hemos pasado por un periodo de transición en el que la reflexión en Occidente se alimentaba del pensamiento islámico en sus países de origen. Pero ahora están emergiendo intelectuales y sabios afincados en Occidente. En EE UU son más numerosos que en Europa, porque en este continente sus 15 millones de inmigrantes son de origen más modesto. Los flujos de pensamiento se están invirtiendo. La producción islámica europea interesa cada vez más a los musulmanes en sus países de nacimiento. Les interesa le relectura de los conceptos fundamentales y el papel de los musulmanes en el Estado de derecho.
P. Algunos musulmanes consideran que el Estado de derecho y laico que impera en Europa es incompatible con una práctica correcta del islam.
R. Hay que conocer mejor las constituciones y legislaciones europeas y, paralelamente, hacer una labor de adaptación de las fuentes del islam. Gracias a ello sabemos que el derecho musulmán prácticamente no choca con los principios del Estado de derecho. Los puntos de fricción son escasos. Le pongo un ejemplo: para ejercer determinados oficios, es necesario contraer un seguro de vida, algo que los musulmanes no pueden hacer. Sobre ese punto concreto hay que hacer una labor de adaptación mediante una fatwa [edicto interpretativo del islam] para resolver el problema.
P. ¿Los musulmanes pueden, por tanto, encontrarse a gusto en un Estado laico?
R. El marco laico se ha elaborado con la participación de católicos, protestantes, judíos y otros, pero sin la de los musulmanes. Antes pensaba que ese marco requería una mínima adaptación. Ahora ni eso. Sólo creo que hay que aplicar la ley sin discriminación alguna hacia los musulmanes. Sin embargo, haría una excepción temporal. No creo que los Estados europeos deban dejar a los musulmanes que se las apañen por su cuenta para practicar su fe. Deben hacerlo con los cristianos y judíos, pero a los musulmanes tendrían que ayudarles a disponer de sus lugares de culto. Mientras no lo hagan, los fieles recurrirán a Estados extranjeros, empezando por Arabia Saudí, para construir sus mezquitas. Y con la financiación llega también la ideología y la de Arabia Saudí no puede estar más fosilizada. Esta excepción en el laicismo es el precio a pagar para que el islam europeo sea independiente. Esta excepción hoy permitiría el día de mañana una aplicación más ecuánime del laicismo.
P. ¿Pueden hacer algo más los Estados europeos para contribuir a la emergencia de un islam con los colores de Europa?
R. Sí, tres cosas. Primero, considerar que el islam forma ya parte de su cultura, y no es sólo una consecuencia de la inmigración. No se puede desear la aparición de un islam reformista y abordar el tema con las Embajadas saudí o marroquí. En segundo lugar, no se puede desear que surja un islam acorde con los tiempos y seguir siendo amigo de las petromonarquías o de otras dictaduras árabes sin petróleo. Protegiendo sus intereses a muy corto plazo, los europeos cavan las trincheras del futuro. Pero Europa no sólo tiene que distanciarse de esos países dictatoriales, sino que debe fomentar en la orilla sur los procesos democráticos. Esto puede suponer, en un primer momento, la emergencia de fuerzas poco favorables a Occidente, pero más tarde se restablecerán los lazos sobre bases más sanas. En Irán, por ejemplo, ya han comprendido que hay que dialogar con Occidente.
P. ¿Por qué el Estado de derecho o el sistema parlamentario son prácticamente inexistentes en las sociedades musulmanas?
R. Soy de los que reconoce que existe un problema que no puede ser achacado al otro, al extranjero. A partir del siglo XIII las sociedades islámicas pasan de ser dominantes a ser dominadas. Hay una obsesión colectiva por los límites que no hay que rebasar. La colonización acentúa este fenómeno con un propósito político para asentar su poder.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de noviembre de 2001