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Un paisaje herido por el viento

Generadores eólicos salpican el confín occidental de la sierra de Malagón, en las Navas del Marqués (Ávila)

Siempre que se va a instalar un parque eólico hay quienes critican el ruido de hormigonera mal engrasada y la mortandad de aves que inevitablemente producen unos rotores grandes como plazas de toros. También hay los que, como Narciso Coloma Baruque, procurador del Grupo Popular en las Cortes de Castilla y León, opinan que "el problema del ruido no es tal, y el problema de las aves, tampoco". "Indudablemente, si dentro del género humano hay algunos que se suicidan, pues creemos que el que muera algún ave no quiere decir que hay un riesgo grave ni un peligro serio digno de tener en consideración", añade.

Del paisaje, en cambio, nadie dice ni pío. Es ridículo. Hemos llegado a un grado tal de especialización, que si un pitagorín no demuestra con la ayuda de algún aparatejo que el exceso de decibelios enloquece a las vacas más de lo que ya lo están o que los suicidios de Ciconia nigra -vulgo, cigüeña negra- no son tan irrelevantes como don Narciso piensa, te cascan un parque eólico en el lugar más alto y vistoso de tu municipio, y si chistas es que eres un retrógrado que está en contra de las energías limpias.

Es como si más allá de lo que lucra a los políticos e interesa a los científicos no hubiese nada digno de ser conservado. Un paisaje, por sí solo, no vale un cacao. Menos que el viento.

En todo esto va pensando el excursionista -y ahora se entenderá la razón- mientras se acerca a los abulenses altos de Cartagena, donde se ha instalado uno de los últimos parques de la muy eólica Castilla y León. Y lo hace caminando hacia el norte por la pista de tierra que nace junto al polideportivo de Las Navas del Marqués, volviéndose a medida que gana altura para contemplar eso que para otros no vale nada: los jugosos prados donde pastan 5.000 vacas, los dorados rebollares, la ruina del convento de Santo Domingo y San Pablo y las orondas torres del castillo de Magalia, erigido en el siglo XVI por Pedro Dávila, primer marqués de Las Navas. Un paisaje.

Como a tres cuartos de hora del inicio de la ruta, el excursionista se desvía a la izquierda por una pista que no figura en su mapa, señal de que ha sido construida al tiempo que el parque eólico. Así alcanza pronto la divisoria sobre la que se asientan los generadores, y por ella avanza unos minutos hacia la derecha, en dirección al cerro Mesada -1.573 metros-, asomándose a la ladera norte para mirar la presa del Agua.

Este embalse se nutre del arroyo de Valtravieso, primera fuente del Cofio, río solitario donde los haya, cuya fiera garganta hace de linde entre Ávila y Madrid y es un ejemplo cabal de paisaje no tocado por el hombre moderno. Ni falta que hace.

Una vez vista la presa, el excursionista decide cambiar de rumbo y tirar ahora para la izquierda, yendo siempre hacia poniente por la ondulante carreterilla que une toda la línea de generadores hasta rebasar el cerro Cirunalejo (1.640 metros) y llegar, pasadas dos horas desde el inicio, al marcado declive del puerto del Descargadero (1.589 metros). No tiene pérdida: decoran el lugar las casillas prefabricadas de los operarios del parque y, más allá, una veintena de rotores hace lo propio en el cerro Navazuelo (1.642 metros).

Aun herido de modernidad, el puerto del Descargadero sigue siendo un paisaje de simplicidad antigua, donde mana el Valtravieso, pace la yeguada y se recrea la mirada: al noroeste se ven los campos de Azálvaro, el embalse del Voltoya y la serrezuela de Ojos Albos, cuya cresta está erizada también de aspas; al suroeste, las nieves de Gredos, y a naciente, las sierras de Malagón y Guadarrama.

La mejor opción para el regreso consiste en doblar a la izquierda en el puerto e ir perdiendo muy suavemente altura por piornales, praderas y hontanares, pasando por encima de varias vaquerizas y buscando siempre con la vista los tejados de Las Navas del Marqués. No hay caminos abiertos por el hombre, pero ¿quién los necesita? Hacia Las Navas vuelve el excursionista a paisaje traviesa.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de noviembre de 2001