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COLUMNA

Regalos

Dicen que hay patadas para conseguir un décimo de la lotería de Navidad cuyo número coincida con la fecha de la caída de las Torres Gemelas. Nos pasamos la vida buscando mensajes hasta en los sucesos más crueles, y el único mensaje que nos devuelve esa búsqueda es que somos idiotas. Por fortuna, hay en el mercado de la lengua un montón de discursos dirigidos a fortalecer la autoestima. Personalmente, el que más utilizo en situaciones de bajón emocional es el que habla de los esfuerzos desgarradores del hombre para abandonar la ley de la selva y atemperar los instintos agresivos con la cultura, del mismo modo que el liberalismo económico corrige los excesos del mercado con las subvenciones. Estamos llenos de luces y de sombras, en fin. De hecho, somos los inventores de la penicilina y la picana, y hemos alumbrado a Bush, pero también a Shakespeare. ¿Verdad que funciona?

Pero hay momentos en los que resulta muy difícil mantener la ficción de que no somos completamente idiotas, y suelen coincidir con estas fechas. Mi tarjeta de crédito, por ejemplo, me ha enviado un catálogo de regalos de Navidad. Cojo al azar uno de estos regalos: se trata de una bombilla que se enciende sola cuando pasas cerca y se apaga cuando te alejas. Un chollo. Se acabó el penoso esfuerzo de cambiar de posición el interruptor. También hay un aparato para grabar el nombre de uno en las pelotas de golf. "¿Cuántas veces", reza el texto, "no le ha asaltado a usted la duda al tener que decidir cuál es su bola cuando la ha estado buscando en la maleza de un rough?". Toma ya. A la vergüenza de haber inventado el golf hemos de añadir ahora la de rubricarlo.

Y todo el folleto es así de insustancial, lo juro por mis muertos. Hay aparatos increíbles para quitarse los pelos de las narices y unas plantillas de gel que se ajustan a la forma de la planta de los pies. Observando el catálogo, puedes caer en el error de pensar que perteneces a una especie que, aunque idiota, es feliz, como si no hubiera en ella obispos, ni hambre, ni enfermedad, ni guerras con bombas de racimo. Total, que no sabes si creerte el folleto o el telediario, porque en algo tienes que creer para no sentirte marginado. Feliz Navidad.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de noviembre de 2001