Un aire a Frida Kahlo. Tiene algo Lila Downs de su enigmática belleza. Y viste unas atractivas telas indígenas que añaden verosimilitud al parecido. Hija de india mixteca del Estado de Oaxaca y de estadounidense de origen escocés, ese doble vínculo marca su identidad. Creció en las montañas de la Sierra Madre (México), pero también en Minnesota, y si es cierto que empezó a cantar con mariachis de niña, no lo es menos que se acercó al canto lírico de adolescente. Así que no andan lejos Lola Beltrán o Lucha Reyes, la ópera y el jazz. Downs trae colores y calores del otro continente. Contando cosas que a algunos no les gusta oír, avisa. Canta con voz recia y amplia. Con esa fuerza interna de las voces indígenas de América que llevan a cuestas una herida secular. Proclama su orgullo recuperado antes de iniciar una cumbia casi cómica en lengua maya sobre los olores del armadillo y el perfume de una mujer, un canto sobre la mitológica culebra emplumada de la que le hablaba su abuela mixteca y una adaptación de La Martiniana
Lila Downs
Lila Downs (voz), Celso Duarte (violín y arpa), Chuco Mendoza (bajo eléctrico), Carlos Tovar (percusión y segunda voz), Charly Chaves (cajón) y Paul Cohen (dirección musical, teclados y saxo tenor). Suristán. Madrid, 30 de noviembre.
Se sumó a la celebración del 7º aniversario de Suristán, la sala en la que algunas noches se producen pequeños milagros musicales, y trajo canciones de su tercer disco, Border/La Línea, como la inspirada en la fronteriza ciudad de Tijuana. Historias comprometidas, dedicadas a los espíritus que andan en La Línea: tránsito penoso de desarraigados. Al inglés paterno recurrió para evocar el espíritu generoso e indómito de Woody Guthrie, aunque fue con una ranchera con la que se ganó el favor definitivo del público. Downs guardó para el final una interpretación de La llorona absolutamente conmovedora. Dejando algo de su ser en ella y el aire de la sala cargado de poesía zapoteca.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 2 de diciembre de 2001