La carretera que une Kabul con la base aérea de Bagram, que se utiliza actualmente como aeropuerto de la ciudad, controlado por tropas estadounidenses y británicas, es un resumen de la historia reciente de Afganistán. En los 50 kilómetros de camino hacia el noreste de la capital sólo se ve una cosa: una guerra interminable. Sobre las tierras que rodean la carretera de asfalto desiertas y abandonadas por las minas y los combates que se han prolongado durante dos décadas, en la ruta aparece de vez en cuando el hoyo provocado por un misil, carros de combate reventados, así como varios coches calcinados, bunkers talibanes bombardeados, amplias zonas de terreno completamente quemadas, trincheras y hasta algún resto de chatarra militar de tiempos de los soviéticos. El único puente de la carretera fue bombardeado y todavía hay un tanque de los talibanes, que parece nuevo, abandonado en el río.
La base de Bagram ha sido siempre un punto estratégico donde no han cesado los combates
Cuando los primeros aviones de la ONU aterrizaron en Bagram, una semana después de la toma de Kabul, todavía estaban los cadáveres de los combatientes abandonados en el campo y un funcionario de la ONU comentó que vio, no muy lejos de la cuneta, el cuerpo de una mujer destrozado hace unas horas por una mina. Nadie se había atrevido a recogerlo. Bagram, una de las zonas más minadas del mundo (hay minas italianas, rusas, iraníes y chinas), está siendo actualmente el escenario de una amplia operación de limpieza de Halo Trust y Naciones Unidas. Las explosiones, producidas por minas antitanque estalladas de forma controlada, son constantes.
Esta base ha sido siempre un punto estratégico, lo que en este país quiere decir que es un lugar donde los combates no han cesado desde hace 23 años. Construida en tiempos de la ocupación soviética, los soldados de la URSS minaron sus alrededores hasta los topes para frenar los ataques de los muyahidin. Posteriormente, cuando los combatientes islámicos tomaron el poder, establecieron allí a la 40 división del Ejército afgano.
Durante la guerra entre la Alianza del Norte y los talibanes, la base pasó de manos varias veces: el líder de la Alianza, Masud, la ocupó en octubre de 1996, pero las tropas del mulá Omar se volvieron a hacer con ella en enero de 1997 y, sólo en mayo de 1998, volvió a ser recuperada por el mítico comandante muyahidin. Cuando empezaron los bombardeos de la coalición internacional, el 7 de octubre, en Bagram las posiciones de la Alianza y las de los talibanes estaban separadas por sólo 600 metros y los ataques aéreos fueron especialmente intensos en toda la zona.
Pero, a pesar de estas décadas de combates, la pista del aeropuerto permanece operativa: todos los que combatieron por controlar Bagram, una base que se encuentra en mitad de una inmensa planicie rodeada de montañas y en la que pueden aterrizar aviones de gran tonelaje, querían conquistarla para utilizarla. Ahora, aunque en teoría está en manos de la Alianza, los auténticos amos de Bagram son las tropas especiales británicas y estadounidenses, desplegadas en medio de un absurdo secreto.
Los únicos periodistas autorizados a entrar son aquellos que van a tomar los aviones de la ONU y sólo pueden acceder a la base unos minutos antes del despegue para que no vean lo que relata cualquiera de los muchos soldados que pululan por los alrededores del recinto. "Sí, hay muchos americanos y creo que también ingleses. Llegaron hace más de una semana", asegura, con muy poca precisión, un muyahidin llamado Salib. Las fuerzas especiales están allí desde que la Alianza tomó Kabul, hace 15 días, en un nuevo ejemplo del absurdo de este país: el Gobierno provisional no quiere tropas extranjeras en suelo afgano bajo bandera de Naciones Unidas, pero cinco naciones -EE UU, Gran Bretaña, Francia, Rusia y la República checa- han desplegado ya soldados en el norte, el centro y el sur.
En la puerta, el escenario es surrealista. La base tiene una puerta de hierro, coronada con la maqueta de un avión, que da a un pueblo completamente arrasado por los combates, pero al que empiezan a volver sus habitantes a pesar de las minas. Por lo tanto, hay mucha gente, sobre todo niños, en el exterior. La propia verja es cuestión de los afganos. Guerrilleros de la Alianza al mando de Sayed, un soldado que enseña orgulloso su walkie-talkie, se ocupan de las entradas y salidas. Y, sólo unos tres metros en el interior de la base, aparecen las primeras tropas estadounidenses, cinco soldados cuyos brillantes M-16 y equipamiento reluciente contrastan con el de sus desarrapados colegas afganos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 3 de diciembre de 2001