Soy una asidua del metro de Madrid (ahora me entero por un anuncio radiofónico de que se trata del mejor del mundo) y gracias a eso veo los fallos a los que nadie pone reparos. Hay líneas, como la 1, que funcionan perfectamente cada uno o dos minutos. Pero hay otras que, procediendo de la conexión con el aeropuerto, como es el caso de la línea 4, tardan cuatro o cinco minutos, con lo cual los viajeros vamos como sardinas en lata. A ello hay que añadir que los nuevos diseños de los vagones tienen los elementos para agarrarse a 1,85 metros... Y, si bien es verdad que las jóvenes generaciones han crecido, las anteriores, que son más numerosas y no van a estirar, o bien no alcanzamos o bien tenemos que alzarnos, de modo y manera que parecemos contorsionistas.
Pero ahí no acaban las incomodidades del metro. Hay estaciones -cada vez son más- donde los usuarios, de uno y otro sentido, deben esquivarse mutuamente, ya que mentes preclaras han organizado las escaleras mecánicas entrecruzadas, y (debe ser para amenizar) obligan a pasar de una a otra. Es decir, si subes por la derecha el primer tramo, el segundo es por la izquierda. Y así te das de cuerpo entero con quienes hacen lo contrario.
En España, hasta ahora, se utilizaba la derecha. Ahora se mezclan derecha e izquierda, democráticamente, para que no se diga y eso sucede también con las puertas de entrada. Fantástico, ¿no?
Y yo pregunto: ¿podrían los técnicos del metro pensar algo más en la comodidad del usuario?-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 3 de diciembre de 2001