Blanca y Mario se presentaron el verano de 1996 en las páginas de EL PAÍS. Desde entonces, Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) los guardó en un cajón. Ahora ha recuperado y aumentado su peripecia de un amor mágico en una ciudad de provincias. En ausencia de Blanca (Alfaguara) reaparece cuando el escritor acaba de regresar de Nueva York, donde fue testigo y cronista del terrible 11 de septiembre: 'Hoy es aún mayor la tontería de Fukuyama sobre el fin de la historia', afirma.
Son dos amantes en la misma ciudad, Jaén, con distintos sueños y alguna aspiración común: 'Irse a Granada', cuenta Muñoz Molina. Blanca es la mujer que Mario ni siquiera soñó que pudiera ser suya. Él es un delineante de la diputación llegado del campo que lee la historia de España en tomos; ella viene de buena familia, le gusta Frida Kahlo y la ópera italiana. 'En este relato he querido demostrar que el amor puede convertir una vida común en una ciudad pequeña en algo insuperable', explica el autor.
Para Muñoz Molina, ha sido un placer, un juego, el manejarse en la distancia corta. 'Como en Carlota Fainberg. Es ese espacio de los 90 a 100 folios, a mitad de camino entre el relato corto y la novela, en el que debes dejar mucho lugar a la sugerencia y a la fantasía, como en este caso. En Mario, he querido buscar un quiebro romántico para alguien que va de ocho a tres a una oficina'.
Confiesa que pretendía 'retratar el amor loco en un espacio cerrado'. Pero también demuestra que pueden surgir varios mundos entre cuatro paredes. 'Al recuperar el texto me he dado cuenta de que reflejaba, sin yo ser muy consciente, ese mundo moderno de los años ochenta', comenta el autor. Un mundo en el que se vivió la obsesión por el diseño, las marcas y la democratización de un cierto glamour. 'Aquello dejó algo en todos nosotros, y no me parece mal, porque un baño de modernización del gusto nos venía muy bien', dice.
En ausencia de Blanca, que también fue publicado por Círculo de lectores en 2000, llega después de ese banquete literario que es Sefarad, un libro sobre el exilio, la persecución, el horror... que puede perfectamente seguir escribiéndose: 'Hay muchos Sefarads. Yo tuve que poner un punto final. Pero, ahora, con mis alumnos en Nueva York, que daba la casualidad que todos venían de países conflictivos, podría escribir otro'.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 8 de diciembre de 2001