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La Tate elige la provocación al otorgar el Turner a Martin Creed

Vacíe usted una habitación. Ponga un relé en el interruptor para que la luz se encienda y apague cada cinco segundos. Vístase con un moderno traje elegante, camisa verde indefinible y gemelos. Ponga cara de concentración y responda a las preguntas de la promoción con monosílabos. Si logra llamar la atención de la Tate, acaba de ganar el Premio Turner que le consagra como mejor artista joven del 2001 en Gran Bretaña. Ayer le pasó a Martin Creed.

Un año más, la Tate ha elegido la provocación para mantener el Turner en el candelero. El premio más prestigioso del arte moderno británico, que ayer entregó Madonna, recayó en 1995 en unos pedazos de carne de vaca en formol. En 1998 premió las pinturas de Chris Ofili con excrementos de elefante. En 1999, la cama desecha de Tracey Emin, con condones usados y ropa sucia.

Este año las 20.000 libras y la gloria han sido para la habitación vacía de Creed. No es su única obra. Tiene también una habitación vacía con su propia huella en lo que parece un pedacito de plastilina. Un despacho con puerta que se abre y cierra sin parar. Una arrugada pelotita de papel. E incluso ha cubierto de blancos globos otra habitación vacía. Es, técnicamente hablando, arte minimalista.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 10 de diciembre de 2001