Todo lo que conserva el amor lo puede destruir el odio, por eso hay gente que ha dado su vida por un poema o una idea y hay gente que ha matado o ha mandado matar por eso mismo, por un poema, por una idea. Estos días, al inaugurarse en Madrid la copia de una escultura en memoria del fundador del PSOE, Pablo Iglesias, algunos medios de comunicación han recordado la maravillosa historia de ese retrato en piedra del político gallego: el busto original fue atacado en 1936, al parecer por uno o varios miembros de la Falange que lo dañaron seriamente, y escondido después, en plena guerra civil, por un militante socialista que lo enterró en el parque del Retiro, donde estuvo oculto 38 años. Sin duda, esa estatua es todo un símbolo: lo es su vida subterránea durante los años negros del régimen de Franco; lo son la fe con que fue escondido y la esperanza con que su salvador dibujó un plano del lugar en que estaba oculto, seguro de que tarde o temprano vendría un tiempo en que alguien, en algún país mejor que aquella España de los asesinos, volvería a sacar a la luz aquel símbolo de la libertad que los pistoleros habían condenado a las sombras. Y el sueño de aquel hombre fue verdad.
En la misma época en que el militante socialista escondió la cabeza de Pablo Iglesias en el Retiro, la casa del poeta y futuro premio Nobel de literatura Vicente Aleixandre fue destruida por un bombardeo. El autor de Sombra del paraíso e Historia del corazón, a quien tantos criticaron injustamente por quedarse a vivir, tras el triunfo de los sediciosos, en la España del funeralísimo, como lo llamaba Rafael Alberti, no era un escritor político en la forma en que lo fueron otros como Antonio Machado, Miguel Hernández o José Bergamín, pero su lealtad a la República fue tan firme como la de esos militantes de primera fila o la de otros escritores como Juan Ramón Jiménez o Luis Cernuda, que sin empuñar un fusil también lucharon sin titubeos por la justicia y contra el crimen. Aleixandre, sobreponiéndose a su legendaria mala salud de hierro, pasó la guerra en Madrid y, aunque muchos lo ignoren o no quieran saberlo, participó en algún acto propagandístico en apoyo de la República -como también lo hizo Federico García Lorca- e incluso escribió algunos poemas de urgencia, versos para ser leídos en los frentes: El fusilado, Oda a los niños de Madrid muertos por la metralla o El miliciano desconocido (Frente de Madrid).
Esos poemas, como la cabeza de piedra de Pablo Iglesias oculta en el parque del Retiro, durmieron enterrados durante años en viejas revistas de la España leal como El mono azul o Mundo obrero, y salieron a la luz, casi 40 años más tarde, con la llegada de la paz: la paz no llega cuando ganan los generales, sino cuando se mueren. Ahora, esos poemas y todos los que escribió Vicente Aleixandre han vuelto a ser arrastrados, una vez más, a esta parte del olvido, gracias a las monumentales Poesías completas que acaba de publicar la editorial Visor en un tomo de 1.600 páginas en el que están todas las obras maestras del escritor hasta sus textos póstumos, reunidos en 1991 bajo el título En gran noche, y una serie de poemas dispersos, ocasionales o poco accesibles que convierten el volumen en una auténtica celebración de la obra del premio Nobel de 1977 y en un poderoso antídoto contra la carcoma del tiempo que, en un ámbito tan frágil como el de la poesía, puede devorar con tanta facilidad las cosas necesarias como las prescindibles. No me parece un hecho poco relevante añadir que la edición cuenta con el patrocinio de la Comunidad de Madrid, que es donde vivió el poeta sevillano desde los 11 años hasta su muerte, sucedida un día exacto al de hoy, el 13 de diciembre de 1984, y también con el patrocinio del Ayuntamiento de Málaga, donde el autor pasó su primera niñez. La democracia también consiste en eso, en sacar a la luz, como se ha hecho con la esculturas de Pablo Iglesias o con los poemas prohibidos de Vicente Aleixandre, las cosas que los canallas condenaron a la soledad del subsuelo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 13 de diciembre de 2001