La violencia nunca fue ajena al fútbol americano, pero se limitaba a la cancha. Las gradas solían ser ejemplarmente pacíficas. Ese equilibrio se rompió el domingo pasado en Cleveland (Ohio), cuando miles de aficionados del equipo local, los Browns, atacaron a los árbitros y los jugadores rivales con botellas, latas y todo tipo de objetos. El encuentro tuvo que ser interrumpido a falta de menos de un minuto y diez personas fueron detenidas. Incidentes similares se repitieron el lunes en el estadio de los Saints, de Nueva Orleáns, con 13 espectadores arrestados. Los sucesos de Cleveland y Nueva Orleans alarmaron a las autoridades deportivas y podrían poner fin a dos de los elementos que caracterizan al deporte estadounidense: la venta de cerveza en los estadios y el uso del vídeo por los árbitros.
Quedaban 48 segundos por jugar y los Browns perdían, 10-15, frente a los Jaguars de Jacksonville. Una derrota acababa con casi todas las posibilidades de que una institución venerada en Cleveland llegara a los play-offs. Un pase largo de los Browns fue dado por bueno por el árbitro principal y al equipo de casa se le abrió la opción de un touch down y un tiro que podían darle la victoria. En ese momento, el árbitro a cargo del vídeo ordenó que se detuviera el juego. Las reglas impiden que se pare para recurrir a la moviola cuando la siguiente jugada está ya en curso y el público se enfureció. Pero las reglas dicen también que la parada es válida si la orden electrónica es transmitida a tiempo a los árbitros sobre el terreno y son éstos, como el domingo, los que tardan en reaccionar. La revisión de las imágenes demostró que el brown Quincy Morgan no había controlado correctamente el balón y la jugada quedó invalidada.
La reacción del público fue feroz. Durante minutos millares de objetos cayeron a la cancha y los 22 jugadores, con los árbitros, se vieron obligados a refugiarse en los vestuarios. Como el peligro se mantenía, los árbitros decidieron dar por acabado el partido. Pero el máximo responsable de la Liga, Paul Tagliabue, que observaba los incidentes por televisión desde Washington, telefoneó para ordenar que se disputaran los 48 segundos finales. Casi una hora después, con la grada casi vacía y seis personas ya detenidas, los jugadores volvieron a salir y consumieron, algunos sin moverse, los instantes necesarios para que el partido acabase.
La reacción del presidente de los Browns, Carmen Policy, no contribuyó a calmar los ánimos. "Me gusta cómo sienten los colores nuestros aficionados", dijo. Policy justificó los incidentes por el hecho de que "al público se le desgarró el corazón con la decisión de los árbitros". Y el propietario de la franquicia, Al Lerner, llegó a elogiar "el autocontrol de los aficionados, considerando que llevaban una hora soportando un frío intenso".
Tanto Policy como Lerner rectificaron ayer sus declaraciones, pero el mal estaba hecho. Y se agravó al día siguiente, cuando una decisión arbitral en el último minuto del encuentro entre los Saints de Nueva Orleans y los Rams de Saint Louis causó incidentes similares. El entrenador de los Saints, Jim Haslett, calificó la actuación de los aficionados de "inaceptable" y opinó que sólo la rápida actuación de la policía evitó heridos de gravedad.
Ayer mismo, la Liga Profesional de Fútbol se puso a trabajar para que no se repitieran los sucesos, los primeros de hooliganismo en ese deporte desde que en 1995 los hinchas de los Giants de Nueva York bombardeasen al equipo rival con bolas de nieve. "Vamos a revisar todos los aspectos del juego, incluyendo la seguridad y el arbitraje". La venta de cerveza, que es expedida en latas o botellas de plástico, es una de las cosas que cuestiona. También se planteó la posibilidad de acabar con la moviola instantánea, ensayada a principios de los 90, descartada y reinstaurada la pasada temporada.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 19 de diciembre de 2001