Cuando llevamos casi un año con una Ley de Extranjería que tenía que ordenar los flujos migratorios, pocos se atreven a hacer una evaluación crítica de ella.
Quienes la promovieron parecen no haberse dado cuenta de que siguen muriendo ahogadas personas en el estrecho de Gibraltar, siguen existiendo las condiciones adecuadas para explotar laboralmente a parte de la población inmigrada y no cesan las reticencias de algunos sectores del resto de la población a ver al inmigrado como indeseable.
Es el fracaso de la ley creada, teóricamente, para organizar los movimientos migratorios y que resulta ser el instrumento perfecto para dificultar la migración en condiciones dignas violando derechos fundamentales de las personas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 19 de diciembre de 2001