Ángel Martínez, de 59 años, enfermo del riñón y acabado de operar de la cadera, casi se lo toma a risa. No tiene el menor inconveniente en colocarse el gorro en la cabeza, ponerse el anorak, coger sus dos muletas y sentarse en el trineo delante de su piscina para hacerse una fotografía. Ese artilugio, formado por una mesa de madera clavada sobre dos planchas, le permitió el sábado salvar la inmensa nevada que cayó sobre el corazón de Cataluña y que aislo con sesenta centímetros de nieve su casa de Les Garrigues, en la localidad de La Pobla de Claramunt. Fue la imaginación de su hijastro Jaume Tort, de 27 años, la que le permitió salir finalmente de su casa para someterse a una sagrada sesión de diálisis ahorrándole horas de angustia y de algo peor.
Angel se instaló en el trineo, su hijo Jaume, delante, tirando de unas cuerdas y José empujaba desde atrás
Ni un mosso d'esquadra, ni un agente de la Guardia Civil, ni una máquina quitanieves. No fue un caso aislado: casi nadie acudió a esta zona arbolada y que todavía hoy parece una estación de esquí en temporada alta para paliar la soledad de los vecinos. Les Garriges se quedó el viernes sin luz, y Paquita, la mujer de Ángel, recibió el primer aviso: la Mutua de Igualada les advirtió que la ambulancia, por culpa de la nieve, no podría ir, como hace cada martes, cada jueves y cada sábado, a buscar a Ángel. "Yo tuve claro que algo: que él, de una forma u otra, llegaría al hospital", cuenta Paquita. Pero la Policía Municipal de Igualada se desentendió y remitió el caso a la de La Pobla -no hay allí guardia urbana-. Nadie contestaba tampoco en el Ayuntamiento y el último recurso fue Protección Civil, que aseguró que alguien acudiría.
Pero nadie aparecía. Ángel tenía que estar al mediodía en el hospital y el tiempo se echaba encima. Jaume llamó a José Morales, un vecino, para quitar la nieve de la carretera con palas. Pero a los 10 minutos no podían más. Y entonces a Jaume se le encendió una luz: se acordó de una vieja mesa que su padre había hecho tiempo atrás y decidió coger un martillo y clavarla sobre unas tablas. "Yo oía unos golpes, pero no sabía qué hacía", recordaba sonriendo ayer Ángel, junto a su chimenea. Aún se rió más cuando su hijo le mostró el trineo. "Se me ocurrió hacerlo", cuenta, "porque yo le vi la cosa mal, muy mal. Veía que no íba a venir nadie y que mi padre no llegaría. Yo quería que pudiera ir sentado, porque hace poco que se ha operado de la cadera y tenía que estar cómodo". No había otra salida: Ángel se instaló en el trineo y su hijo Jaume tiró de unas gruesas cuerdas que ató en la parte delantera, mientras José, su vecino, empujando desde atrás.
Los tres recorrieron así más o menos un kilómetro rodeados por un mar blanco. Los primeros 500 metros apenas tenían desnivel, pero los siguientes marcaban una bajada pronunciada. "Intenté ayudarme con las muletas para no caerme de lado", explicó Ángel. Tras varios minutos de sufrimiento y bajo un intenso frío, llegaron al coche de Jaume, que se le había quedado clavado en la nieve el viernes por la tarde. Y allí esperaron una hora hasta que llegó, con un todoterreno, Jesús, el marido de una funcionaria de Igualada que se ofreció voluntario para ir a recoger a Ángel. Tampoco lo tuvo fácil porque pinchó una rueda en el puente de La Pobla cuando intentó meterse por el arcén. No había más sitio: un camión se quedó atravesado en la calzada. Pero al final llegó a tiempo a recoger a Ángel que ahora presume de que casi llegó antes a su sesión de diálisis que muchos otros pacientes trasladados por la Guardia Civil.
Pasado el susto, el sábado por la noche la pasó en casa de su hija y el domingo decidió volver ya a su domicilio: "Entonces sí que lo pasé mal, porque la cuesta era una pista de hielo y tenía que avisar a la gente para que se apartara". Ahora, el trineo ya está aparcado delante de la casa, de cuyo tejado cuelgan estalactitas de hielo. Ya no lo utilizó ayer para ir a la sesión de diálisis. Ángel no tiene ganas de quejarse pero ayer sí reclamó con firmeza al Ayuntamiento una máquina quitanieves. Y le hicieron caso. Ya bastaba con un paseo en trineo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 19 de diciembre de 2001