Fernando de la Rúa pidió un gesto de grandeza al peronismo y le ofreció, de hecho, gobernar a gusto y conveniencia con un presidente radical. Aceptaba convertirse en una especie de presidente de paja con un Gobierno controlado por el Partido Justicialista, y estaba dispuesto a discutir todas las reformas del Estado necesarias, el sistema cambiario y todas aquellas medidas que hasta el último día el Gobierno se había resistido a adoptar.
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El PJ escuchó y con gran parsimonia dejó entrever que no aceptaría el envite. En la calle, la violencia se apoderaba de Buenos Aires, y prefirió la caída del presidente porque se sentía fuerte desde las elecciones del 14 de octubre, que le dieron la mayoría en las dos Cámaras del Parlamento. Con la dimisión de De la Rúa, el justicialismo tenía garantizada la Presidencia provisional, ya que por mandato constitucional corresponde al presidente del Senado, que está en sus manos. En su última alocución al país, De la Rúa declaró: "Debemos asumir el reclamo popular. Les convoco a un acuerdo, con valentía y patriotismo para reformar la Constitución y el sistema político". El presidente subrayó que no pedía ningún apoyo personal y que no pensaba aferrarse al cargo.
"Comprendo las angustias y necesidades de nuestros conciudadanos. Sólo la unidad nacional puede levantar el país", añadió. "Estoy dispuesto a los cambios que sean necesarios. Les pido un gesto de grandeza para atender a las reclamaciones de la gente. Haré un gran cambio nacional".
En el largo rosario de promesas y mejores intenciones De la Rúa dijo estar dispuesto a modificar el sistema monetario, lograr el equilibrio fiscal y concluir la renegociación de la deuda, reformar el Estado, y llevar a cabo políticas sociales efectivas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 21 de diciembre de 2001