La isla canaria de Fuerteventura es la más árida y seca del archipiélago. Alrededor de cien kilómetros la separan del continente africano, de ese Sáhara de blancas arenas y oníricas panorámicas. Pero el influjo del desierto ha cuajado profundamente en la ínsula, que embellece su zona nororiental con un vaivén de suaves dunas que se introducen en el océano Atlántico. Es el parque natural de las Dunas de Corralejo, paralelo a la costa a lo largo de ocho kilómetros, y que penetra su fina arena hacia el interior en un tramo de tres kilómetros. En total, por tanto, 2.400 hectáreas de puro desierto, solitario y hermoso, inusual en los parajes españoles, raro y, sobre todo, asombroso.
El viento ha sido el causante de este singular paraje, que ha arrastrado desde el mar y la playa ingentes cantidades de arenas organógenas, que son las procedentes de los restos de caparazones de animales marinos.
Esta lengua de dunas inquietas queda rematada en su parte costera por una sucesión de playas y roquedos con los que compite en espectacularidad. Perderse en estos parajes es hacerlo en un soleado vergel de olas de arena y mar, pero sobre todo de viento, lo que obliga muchas veces a buscar algún parapeto para resguardarse de su fuerza. En este aparente erial también hay lugar para las plantas, muchas de ellas con la importancia de la exclusividad que les da vivir solamente en esta isla. Hay vegetación tanto en las dunas móviles como en las fijas y en los roquedos, una vegetación muy especial, que soporta las humedades salinas y las duras condiciones atmosféricas; es el caso de junquillos, melosas, cebollines estrellados o espinos de mar.
Si la vida verde es capaz de medrar en estos resecos pagos, también lo hace la animal, con la destacada presencia de aves tan llamativas como la hubara canaria (un ave zancuda de color ocre) y el corredor (un pájaro de la familia de las gaviotas), cada vez más escasos, además de alcaravanes, gangas, bisbitas camineros, cernícalos, terreras marismeñas o tarabillas canarias. Otear detenidamente la línea costera reporta la satisfacción de descubrir otras especies más vinculadas al agua, entre las que cabe mencionar los correlimos, andarríos chicos, vuelvepiedras, gaviotas y zarapitos, entre otros.
Un camino casi perdido
Adentrarse por los senderos que recorren este paraje tan especial produce sensaciones verdaderamente agradables. La clásica soledad a la que invitan los paisajes desérticos se rompe en este caso por el vuelo raso de alguna de las aves esteparias asustada por la presencia de forasteros.
Un viejo camino, casi perdido por el desuso y el azote del viento, parte desde las proximidades del complejo turístico Solyplayas, al sur de la localidad de Corralejo, hacia las inmediaciones de la Montaña Roja, en la punta más meridional del parque natural. Esta ruta atraviesa el enclave dunar por el malpaís de Tía Seca, envuelta entre los ondulados contoneos de los arenales que cubren el jable, donde prospera a duras penas la singular vegetación de la zona. En las cercanías de la Montaña Roja, las dunas dejan paso a la orografía pétrea de lavas enrojecidas, que dan nombre al emblemático monte, desde donde se buscará la línea costera para iniciar el regreso al punto de salida por la ringlera de playas. La del Perchel, la del Moro, la de los Matos y la de Bajo Negro se suceden una tras otra hasta la punta de Tivas, modelando un litoral donde bañistas y surfistas disfrutan de la virginidad de estos parajes naturales. Resulta aconsejable que durante los meses de enero a mayo sólo se realice el itinerario que recorre la línea costera por las playas, puesto que en el interior se puede perjudicar el periodo reproductivo de la avifauna regional.
GUÍA PRÁCTICA
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 22 de diciembre de 2001