Marlene Dietrich y su personaje en El ángel azul en el cine desplazaron y oscurecieron hasta el más ingrato olvido al inventor del personaje: el novelista Heinrich Mann (Lübeck, 1831- Santa Mónica, 1950), al que la vida le había hecho ya un regalo de dudoso gusto: un hermano mucho más célebre como escritor: Thomas.
La novela El ángel azul se llamaba en realidad El profesor Basura y es una historia satírica repleta de resentimientos y de oquedades. En los suburbios de una ciudad alemana media, sobre la tarima de un café de mala muerte, una artista deslumbra a los borrachos en medio del humo opaco de los cigarrillos baratos y del aroma ácido de la cerveza.
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En la película de Von Sternberg es Marlene Dietrich encarnando el más señero de sus personajes: Rosa Fröhlich, una caracterización que la perseguiría el resto de su vida, a veces de manera fatal, otras como leyenda.
Otros cineastas, años después, travistieron a hombres en la Marlene-Rosa de El ángel azul. El icono estaba ya en su justa estatura de maldad y pecado. La artista de largas piernas, liguero, insinuante traje ajustado y chistera varonil pasó por otros muchos escenarios y transformaciones.
La diva de Morocco, la cantante de Black Market o de The boys in the backroom era sobre todo y para siempre la arrastrada cabaretera (más del filme que del libro), con mucho de hastío, de los temas más escuchados de la película de marras: Ich bin die fesche Lola o Falling in love again.
El profesor Basura (Professor Unrat), antihéroe por excelencia, babea noche tras noche humillado en su propia lascivia y en la desesperación de un destino que Heinrich Mann resuelve hábilmente con las armas expresionistas y con ciertos colores naturalistas que la película convierte en plásticos contrastes.
Marlene Dietrich dotó al personaje de Rosa Fröhlich en el cine de un velo de impiedad y deseo capaz de turbar a cualquiera.
En la espeluznante escena final de la novela, de una intensidad dramática que recuerda a Ensor entre carcajadas de burla, el profesor Basura sigue a ese destino que le lanza en picado a la autodestrucción y al odio. La última palabra de la novela es oscuridad, las sombras dentro del coche en que se ve hundido y complacido en su caída la víctima de una pasión que le acompaña: Rosa.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 29 de diciembre de 2001