Hace unos veinte años, para estas fechas de Navidad solía coger a mis hijos y a todos mis sobrinos y los llevaba a ver una película, la cual debían de haberla elegido previamente.
Posteriormente los llevaba a merendar donde ellos querían; en definitiva, era una tarde en la que ellos decidían, y la verdad... yo disfrutaba como nunca.
En la comida de esta Navidad, después de más de veinte años, se nos ocurrió que podíamos volver a repetir aquella grata experiencia y decidimos por consenso ir a ver la película El señor de los anillos.
Para evitarnos colas y otros problemas, sacamos las entradas en el ServiRed para la sesión de las 18.00 y cada uno con su número de butaca reservada en un complejo lúdico que, según dicen, es el paradigma de la eficiencia y la calidad.
¡Nada más lejos de la realidad! Faltaba un cuarto de hora para que comenzara la sesión y los empleados nos desviaron a las salas 12 y 13, aduciendo que había problemas técnicos. Allí nos encontramos con que las salas estaban ocupadas.
Las soluciones que se nos ofrecieron fueron:
1ª Pasar a las salas y podíamos elegir entre estar sentados o estar de pie; ambas incumplían las normas de seguridad al superar el aforo permitido.
2ª Devolvernos el dinero de las entradas.
De la pérdida de la ilusión de haber disfrutado una tarde inolvidable con mi madre, hijos, sobrinos y sus respectivos compañeros/as nadie se hizo responsable ni se ofreció solución. Por culpa de su irresponsabilidad, de su falta de eficiencia, su falta de saber gestionar, su falta de sensibilidad, nos hemos quedado sin poder realizar nuestra ilusión.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 31 de diciembre de 2001