Sorpresa el otro día al abrir el euromonedero y ver la acuñación de las monedas de cobre. Sorpresa al ver la catedral de Santiago de Compostela. Sorpresa al comprobar que España sigue perdiendo oportunidades en la historia, la de demostrar nuestro espíritu europeísta por encima del religioso. No hacía falta caer en la monotonía belga con la efigie de su monarca en todas las monedas (y dificultades tenían para buscar y no herir a sus conciudadanos flamencos y valones), incluso los italianos lo han tenido difícil y han concluido con un símbolo para cada moneda (¡una locura para su uso!). Podíamos haber optado por símbolos laicos como representación de un Estado laico, como han hecho otros países; podríamos haber optado por Velázquez, la Dama de Elche, Atapuerca, el lince ibérico... Sigo sorprendida.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 31 de diciembre de 2001