Hace varios días intenté conseguir, sin éxito, hacerme con uno de los famosos euromonederos que se distribuyen (es un decir) a través de las entidades bancarias. Mi intención era poder pagar mis gastos desde el primer día del año 2002 con la nueva moneda. Pero mi gozo en un pozo. Resulta que en las entidades de las que eres cliente (mejor valdría decir objeto de usura) carecían de suficientes para todos, y es sorpresivo el hecho de que se encontraran reservados para aquellas personas con saldos saneados.
En aquellas en las que no tenías cuenta abierta, olvídate; en cuanto te preguntaban por el número de ella te despedían con un afectuoso saludo (pero sin euros). No sabía yo que en la amplia campaña establecida por el Gobierno para la distribución de euromonederos se establecía la obligatoriedad de ir cada uno a su banco.
Total, que o perdías tiempo y dinero montando un numerito o te ibas sin lo que perseguías.
Moraleja: pagaré con pesetas hasta el último día de febrero; ya estoy recopilando en los cajeros todo lo que puedo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 2 de enero de 2002