Imaginamos la escena con toda exactitud gracias a los pintores. El dios nuevo (quizás el último dios) reposa en un pesebre. Su madre le acompaña, pero José se ha retirado a un discreto rincón. Los reyes le obsequian, aunque hay también un grupo de pastores. La reunión parece una primera nivelación de las castas, como si el nuevo dios anunciara el final del orden natural, el colapso de la ley de la sangre. Y es cierto que, al cabo de los siglos, los cristianos suprimirían los privilegios de quienes nacen en noble cuna. Sin embargo, la escena es falsa.
El lugar era, en efecto, un pesebre, no una cuadra o establo. La cuna del niño se habilitó en algún hueco para forraje, posiblemente excavado en la roca. Tras envolverle en pañales, allí lo pone a dormir María, según cuenta con detalle el evangelista Lucas. En el mesón ya no cabía más gente, así que la familia se refugió en una dependencia anexa que no estaba en la campiña, sino en las cercanías de Belén, lo que explica la presencia de pastores, muchos de los cuales vivían en Belén y recogían a sus rebaños en apriscos. Pero Lucas no menciona a los reyes.
Es el evangelista Mateo el que habla de unos magos, posibles astrólogos caldeos o persas, que buscan al futuro 'rey de los judíos' anunciado por las estrellas. Estos sabios (que serían 'reyes' sólo a partir del siglo VIII) desatan, cándidamente, una matanza de inocentes. Herodes, al que informan sobre su pesquisa, ordena degollar a las criaturas. Para salvarse del holocausto, la familia de Jesús deberá exiliarse en Egipto como los judíos en tiempos de Hitler.
En el nacimiento hay dos historias cristianas. En una, el nuevo dios bendice la pobreza, pero en la otra los sabios que adoran al niño provocan una hecatombe. Según Lucas, el cristianismo santifica a los débiles, a los oprimidos, a los miserables. Según Mateo, la estrella del nuevo dios conduce a espantosas destrucciones producidas por científicos inconscientes que persiguen estrellas errantes.
Los artistas quisieron unir ambas historias, pero yo diría que nunca nadie ha creído en la fraternidad de los pastores y los científicos coronados. O lo uno, o lo otro.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 2 de enero de 2002