Nada hay en la cartelera más revelador que este engendro del daño, el ridículo daño, que está causando -sobre todo en algunos sectores papanatas de la fabricación de cine con prurito de estar al día- la aplicación mimética a la gran pantalla de la secuencia acelereda del clip y sus variantes. Esta aplicación alcanza en Zoolander proporciones tan exageradas, tan burdas y grotescas que la películilla, o lo que sea, casi cae bien de puro mala.
Ben Stiller es un actor que tiene a sus espaldas interpretaciones tan sobrias y competentes como la que hizo en Amigos y vecinos, donde fue dirigido por Neil LaBute. Pero ahora se alza en Zoolander, un descerebrado de moda nada menos que en protagonista, guionista, director y productor, es decir, en autor total, y naufraga en su lavabo. Debido a que su anterior experiencia de dirección fue con las babas de Jim Carrey en Un loco a domicilio, parece que le ha seducido la ametralladora de muecas del célebre histrión canadiense, porque aquí se dedica a darle una aparatosa réplica, batallita insulsa que Stiller pierde con estrépito.
ZOOLANDER
Director, productor y guionista: Ben Stiller. Intérpretes: Ben Stiller, Owen Wilson, Will Ferrell, Christine Taylor, Milla Jojovich, Jerry Stiller, Jon Voight. Género: comedia. Estados Unidos, 2001. Duración: 105 minutos.
Nada que ver, y menos que recordar, de la estruendosa e informe secuencia de esta comedia loca rematadamente mal construida y zurcida con sosería infinita. El gazpacho de thriller, farsa, comedia, documento y musical es torpe, indigerible, carece del más mínimo sentido de la gradualidad y a los 15 minutos uno está empachado de la agresión de la pantalla, mientras se destierra la esperanza de que ésta alcance a dar el alivio de un gag bien hecho, cosa que por lo visto está fuera del alcance del bufón sin norte autor de esta nada.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 4 de enero de 2002