Loros, peces, jilgueros, tortugas, hámsters, iguanas, ardillas...; por desgracia, se ha puesto de moda regalar mascotas, y la consecuencia de tal frivolidad es que buena parte de dichos animales son abandonados, o acaban en el cubo de la basura o muriendo por no haber sido cuidados debidamente. Porque habían nacido libres y nuestro antojo los condenó a los veinte centímetros de un terrario, de una jaula o de una pecera, cuando sus hábitats tendrían que haber sido los espacios inmensos del aire, del agua o de los bosques.
Se oculta el estremecedor calvario que padecen multitud de seres destinados a servir como mascotas. De cada cien animales capturados en libertad, mueren ochenta durante el largo e infernal viaje hasta las pajarerías de nuestras ciudades.
Accedemos a que el Olentzero o los Reyes Magos nos traigan el perrito o el gato de Angora del que nos encaprichamos en aquel escaparate, sin reflexionar que los animales no son juguetes de usar y tirar, sino seres sensibles que, aparte de atenciones básicas, necesitan de nuestra continua paciencia, protección y cariño. Debe ponerse fin al sufrimiento de tantas criaturas inocentes. Nunca compremos ni regalemos animales; así se irá desmontando este tráfico infame.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 4 de enero de 2002