Montserrat Caballé se reencontró anoche con la ópera escénica en el Teatro del Liceo de Barcelona. Hacía 10 años que no subía a un escenario para interpretar una ópera, pero su tan esperado retorno resultó accidentado. El carisma de la soprano catalana y su ascendente sobre el público del Liceo logró salvar la representación tras el abandono, a mitad de representación, a causa de una laringitis aguda, del bajo-barítono estadounidense Simon Estes, protagonista junto a Caballé de la ópera de Saint-Saëns Enrique VIII. Le sustituyó sobre la marcha Robert Brok.
La expectación antes del inicio de la representación era máxima. El público del Liceo estaba deseoso de reencontrarse en escena con Montserrat Caballé, que tantas noches de gloria ha hecho vivir a los liceístas desde su debut en el coliseo lírico barcelonés el 7 de enero de 1962 protagonizando el estreno en España de Arabella, de Richard Strauss. Las localidades de la función de ayer y la del próximo martes hacía meses que estaban agotadas y apenas quedan unas pocas entradas -con visibilidad parcial o nula- para las restantes cuatro funciones de este Enrique VIII, de Camille Saint-Saëns que se presentaban en calidad de estreno en el Liceo.
Cuando Caballé apareció por primera vez en escena, a los 20 minutos de haber empezado la representación, el público la aplaudió y le coreó bravos antes de empezar a cantar. Pero ya en ese momento las cosas no andaban demasiado bien sobre el escenario. El bajo-barítono estadounidense Simon Estes, que interpretaba el personaje de Enrique VIII había dado señales de alarma por sus notables problemas vocales. A medida que avanzaba la representación las cosas fueron empeorando y la casi inaudible voz de Estes hacía temer lo temor. El clima de desastre se cernió entre el público y en escena los cantantes parecían contagiados de la afección del bajo-barítono.
Tras el único entreacto, en el que el público no daba crédito a lo que había pasado, una voz anunció el abandonó de la ópera por parte de Estes afectado por una grave laringitis que le impedía cantar. Salío a escena su sustituto, Robert Brok, muy aplaudido por el público y a partir de ese momento la representación empezó a tomar vuelo.
El mayor dramatismo de la ópera a partir del tercer acto y la mejora sobre el escenario de los intérpretes junto con el carisma de Monserrat Caballé y su gran ascendente sobre el público del Liceo consiguió salvar la noche de su retorno a los escenarios. Al final, largos aplausos, más de 10 minutos, bravos y una lluvia de octavillas desde los pisos altos en los que se podía leer: Gracias por estos 40 años de música.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 5 de enero de 2002