Alguien dijo que sólo la vida, si la observas, es una excelente universidad. Pensarlo, eso lo hemos pensado casi todos; también en la parcela educativa. En ésta puedo recordar los nombres de los ministros y consejeros de Educación que hemos tenido en los últimos años, pero la verdad es que no recuerdo a nadie que haya hecho unas declaraciones semejantes a las de la actual consejera.
Los profesores perderán la estabilidad, no nos sirven, viene a decir la señora Anjeles Iztueta. No es mi intención ni podría interesarme conocer las circunstancias tanto sociales como personales de la existencia de la consejera, pero me permito escribir, sin que suene a consejo y ni siquiera sugerirle una idea, que se ponga la mano en el pecho y piense qué puede sentir cualquier profesor o profesora que ha dedicado diez, quince, veinte, o hasta treinta y cuarenta años de servicio, toda su vida activa a tan noble profesión y ahora se queda en la calle.
Esto tiene un nombre. Y no voy a ponérselo por miedo, pero sí a decirlo si alguno me lo pregunta. Repito, jamás he oído ni leído semejante cosa.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 5 de enero de 2002