Me gustaría hacer llegar mi agradecimiento al diario EL PAÍS y a Moncho Alpuente por la columna Mártires del metal, publicada en el suplemento Madrid el 2 de enero del año que comenzamos.
Gracias por este sentido homenaje a los cinco músicos del grupo Santuario que cayeron en los brazos de la muerte dulce. Gracias por reconocer a todas esas personas que día tras día se dejan la piel y el corazón (y en este caso, desgraciadamente, la vida) en cualquier lugar que ofrezca la mínima posibilidad de ser utilizado como local de ensayo, persiguiendo un sueño que quizá nunca lleguen a alcanzar: expresar al mundo sus sentimientos, ser escuchados, aunque sólo sea por una vez, por una sociedad que lleva muchos años dormida y dándoles la espalda.
Me parece enormemente doloroso que se haya tenido que producir una tragedia como ésta para que se lleve a cabo un control sobre las deplorables condiciones en las que se encuentran en numerosas ocasiones este tipo de locales. Espero que todos aquellos que de alguna forma viven a golpes de rock se hayan sentido tan profundamente emocionados como yo al leer aquel artículo. Una vez más, gracias.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 8 de enero de 2002