Cuando hace unos años escribí una carta a esta misma sección felicitándome, como lector habitual de EL PAÍS y melómano, por el nacimiento de una nueva emisora de música clásica, Sinfo Radio, de la cual he sido fiel oyente hasta el actual estado de agonía en que está desde hace meses y su, al parecer, inminente final, me encontraba lejos de imaginar que poco tiempo después, es decir, hoy en día, a principios del año 2002, el panorama también hubiera borrado del mapa las retransmisiones de ópera de Televisión Española, e incluso el magnífico espacio Música noche, de Canal Plus, donde los aficionados hemos podido disfrutar durante los últimos años de maravillosos programas musicales, series de conciertos y retransmisiones de ópera, aun teniendo que recurrir a grabarlo en vídeo debido a su intempestivo horario.
Ahora, los paraísos musicales que nos quedan a los aficionados son (toquemos madera) Radio Clásica, con su magnífica programación; la encomiable labor de Clásicos populares en Radio 1, y los CD y DVD que, euros mediante, pueda comprar cada uno.
En otros países de Europa como Francia o Alemania, la ópera y los conciertos clásicos son habituales, e incluso hay canales temáticos. Pero supongo que España es diferente.
Maldita la hora en que el mercantilismo está acabando con la cultura. ¿Es que no hay vida musical fuera de Operación Triunfo?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 10 de enero de 2002