Un parque ornitológico con especies protegidas, un museo del vino y visitas guiadas por las bodegas y por las iglesias de los siglos XIII y XIV forman el paisaje de esta villa medieval. El buen vino hace lo demás.
En el sur del País Vasco, rodeado de cepas y lagunas, Laguardia se levanta sobre un cerro amurallado. Los coches no pueden circular porque debajo del casco urbano, y serpenteando por el subsuelo a unos seis metros de profundidad, se ocultan del exterior más de 300 cuevas, cavadas en buena parte en el siglo XVI como bodegas particulares, que siguen en uso y donde se guardan algunos de los mejores caldos de La Rioja alavesa.
Los habitantes de este acogedor pueblo se muestran orgullosos de un legado que a la unificación de los Reyes Católicos en 1492 debe su principal empuje. No obstante, la construcción más destacada es anterior: la iglesia de Santa María de los Reyes, del siglo XIV, que tiene uno de los mejores pórticos policromados de España. Las figuras de piedra, dedicadas a los reyes de Navarra, conservan intacta la pintura, que fue dada en el siglo XVII. Doña Urraca aparece majestuosa en una de ellas. Una joya.
Como la torre abacial o la muralla. La torre es del románico-gótico, de origen militar, aunque ha perdido parte del almenado como consecuencia de las guerras de Independencia y carlistas. La muralla, muy bien cuidada en los tramos que quedan, porque también sufrió el efecto de las guerras, bordea la cara norte del pueblo, desde donde se divisa la sierra de Cantabria y los pueblos de alrededor. En el interior del recinto amurallado se asienta dominante el espléndido casco antiguo del siglo XIII. Hay tres entradas. Se camina cruzando calles estrechas. Las casas, de piedra y vestidas con contraventanas de madera marrón, se comunican a través de corredores medievales. Domina el buen gusto. La plaza del Ayuntamiento es preciosa.
Un vino y un pincho
Y también el punto de encuentro. Antes de comer o cenar, el trasiego de gente que sale a tomar vinos resulta incesante. Se ven cuadrillas de hombres y mujeres de todas las edades. Salen de un bar y entran en otro. Un vino y un pincho. Huele a rioja. Lo que, mezclado con el aspecto medieval del pueblo, le da un ambiente diferente, pero al mismo tiempo estupendo. Se mezclan la belleza, el contraste y, en definitiva, el placer.
El Museo del Vino no podía faltar en un pueblo cosechero. Uno tiene la oportunidad de asistir a conferencias vitivinícolas, a catas o a demostraciones virtuales relacionadas con el proceso de elaboración del vino. Así, una visita a la Bodega del Fabulista resulta imprescindible. Por 800 pesetas bajaremos a la cueva donde Eusebio, el dueño, nos mostrará cómo elaboran artesanalmente el mosto y nos ofrecerá una cata de sus recomendables caldos.
Pero Laguardia no sólo tiene vino. Samaniego, el fabulista, nació aquí, y existe una ruta turística por la villa relacionada con él. Y a menos de dos kilómetros nos encontraremos varias lagunas con aves. Y cerca de ahí, en Bilar (Elvillar), hallaremos uno de los dólmenes más espectaculares de España. Se llama La Chabola de la Hechicera. Este monumento funerario colectivo tiene más de 5.000 años.
Fuera de la población es desde donde mejor se aprecia el paso de los siglos y desde donde se observa un panorama diferente de la villa. Las casas, según la luz del sol, brillan en tonos dorados. En nuestro caso, a un kilómetro de distancia, con la sierra al fondo y sin más sonidos que los de los pájaros, resulta un paraje adecuado para soñar con caballeros y princesas.
No tanto tiempo atrás, cuando gobernaban por aquí los reyes navarros en el siglo XII, el pueblo se llamaba La Guardia de Navarra. Vigilaban al enemigo. Ahora ya no hace falta. Pero aún hoy, si uno se queda mirando por la noche desde la muralla, parece que las luces de los pueblos de alrededor son antorchas que se acercan sin parar. Por eso, Laguardia.
GUÍA PRÁCTICA
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 19 de enero de 2002