Y llegó la madre. Apuntalada por familiares y deslumbrada por los focos de las cámaras. A duras penas se tenía en pie y consiguió subir las escaleras de la entrada principal de Ayuntamiento. Tras siete horas de interrogatorio y demacrada por el cansancio se paró ante el primer féretro, aún cubierto: el de Adrián, el menor de sus dos hijos brutalmente asesinados no hacía aún ni 24 horas.
Volcada sobre él y con fuertes temblores esperó a que un ordenanza del consistorio levantara la tapa. Allí estaba Adrián, como dormido, y allí estaba también la mirada enternecida de su madre, que gemía de dolor. Miró al segundo féretro, el de Fran, y casi sostenida por sus familiares llegó hasta la sala interior de la planta baja del Ayuntamiento, convertida en refugio de familiares. "¿Dónde esta mi madre?, ¿dónde está mi madre?", preguntaba insistentemente entre sollozos.
Por la sala principal seguían pasando amigos y convecinos. Un susurro corría de uno a otro: "No hay derecho, angélico", decían al observar a los niños ya descubiertos. Y una pregunta se repetía: ¿Cuándo llega el padre?.
José Ruiz, de 38 años, "venía de camino" desde la frontera de Irún. Allí, tras conocer la trágica noticia, abandonó el camión, en la comandancia de la Guardia Civil. A partir de ese momento empezó una ruta por etapas que no había terminado al cierre de esta edición. El recorrido: Irún-Santomera. La etapas: Navarra, Zaragoza, Teruel, Cuenca, Albacete y Murcia. En cada una de ellas se producía el relevo de una patrulla de la Guardia Civil a otra.
Así, José Ruiz haría todo el trayecto custodiado por agentes de la Guardia Civil de distintas provincias. La llegada estaba prevista para las dos de la madrugada de hoy. De no haberse producido el terrible suceso, José Ruiz se encontraría camino de alguna ciudad inglesa, donde habitualmente descargaba la mercancía (generalmente hortalizas) que transportaba con el vehículo de su propiedad. Pero la dura realidad se imponía en Santomera. Ante la incapacidad de la madre para mantenerse en pie en la sala principal del consistorio, una de sus hermanas recibía el pésame de los amigos.
La llegada del obispo de la diócesis de Cartagena, Manuel Ureña Pastor, a la localidad marcó otro de los momentos en el velatorio. Entró directo a la sala principal y rezó una oración ante los niños muertos.
El sermón del obispo, que había inaugurado una iglesia en una localidad cercana poco antes y decidió acercarse cuando conoció la noticia, no logró arrancar a la madre del refugio de sus más allegados.
La oración del obispo
Sólo algunos familiares salieron a escuchar la bendición del eclesiástico: "...Que no tuvieron tiempo jamás de perder la inocencia bautismal... han muerto santos a tus ojos. Manda tu perdón para aquellos que han causado su muerte".
Tras la oración, que encogió los corazones de los presentes, el obispo preguntó por los padres y le condujeron a la sala de los familiares. La madre gemía ya a gritos, que trataban de ser consolados por quienes la acompañaban. Pero un grito llegó hasta la sala principal: "¡Ladrones, ladrones!".
Decenas de personas permanecían anoche apostadas ante los féretros y también a la entrada del consistorio. Comentaban la jornada y reiteraban su estupor ante los acontecimientos: "¿Tú te crees?, ¿esta criatura?", decían señalando al pequeño Adrián que yacía como dormido.
Algo les retenía a todos en una noche tan fría como tensa: esperaban la llegada del principal ausente, el padre.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 20 de enero de 2002