Como un samaritano de los tiempos de Cristo, un apóstol quizá o un profeta, esta estatua viviente contempla desde la Gran Vía bilbaína el ajetreo de gentes con ocupaciones más prosaicas y preocupaciones más de este mundo. Aunque no se trata más que de una actuación, para la que se piden a cambio unas monedas, lo importante es la credibilidad de la imagen y su perfecta inmovilidad.El que aparece en la fotografía acentúa su aspecto de estatua con un polvillo brillante que le recubre entero, ropas y rostro.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 22 de enero de 2002