Un Centro de Salud cualquiera, 20.10 de cualquier viernes o lunes, una muchedumbre en guirigay se manifiesta en la sala de espera; dentro, un pobre diablo que un día pensó en dedicarse a la medicina, por aquello de completar una existencia útil, ejerce de amanuense, cumplimentando todo tipo de informes, recetas, bajas, altas, certificados. Después de haber atendido a los 60 que caben en la hoja de cita previa desde las 15.30, sabe que fuera hay 20 sin cita, y luego tres avisos de jóvenes efebos, que no superan los 20 años y que por supuesto, están en mejores condiciones físicas que él. Entra el décimo sin cita, y le plantea; que tiene un padrastro desde hace tres meses y como Gila dijo que uno se despellejó tirando de la piel. Pues eso, que viene a que le operen, pero como trabaja, viene cuando le rota, porque para eso paga.
Mientras fuera, se escucha agonizar a una viejecita, por no haber pedido la vez (se inventan cualquier cosa para colarse). En la carta publicada por ustedes el domingo titulada El camarote de los hermanos Marx, faltaba la visión desde dentro del camarote, esperpéntica por supuesto, aquella totalmente real, pero ambas comparten la situación de desastre que domina a la sanidad, nos hemos acostumbrado al caos y vivimos en resignado silencio. Cuando ejercemos nuestro derecho al voto, optamos por una forma de hacer las cosas y no son todos iguales, como quieren vendernos los que han llevado los servicios públicos a esta situación.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 23 de enero de 2002