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Crítica:fijo

Dramáticos despertares

Séptimo largometraje, el primero en inglés, de una directora francófona canadiense, la aquí escasamente conocida Léa Pool -aunque el Festival de Valladolid ha ido proyectando, con los años, buena parte de sus películas-, El último suspiro es un contenido dramáticamente tierno y al final emocionante drama de despertares: al amor y al sexo, en primer lugar -y no de cualquier tipo: es éste un sensible acercamiento a las cortapisas que tienen que enfrentar los sáficos amores de dos adolescentes canadienses, vistos a través de los ojos de una tercera, que es en realidad la que narra la historia-, pero también a la camaradería. Y al dolor: lo que impera al final, más aún que una trama de amores truncados, es la pesada huella que deja en la narradora la forma en que puede llegar a acabar un primer amor.

EL ÚLTIMO SUSPIRO

Directora: Léa Pool. Intérpretes: Piper Perabo, Jessica Park, Mischa Barton, Jackie Burroughs, Graham Greene. Género: drama. Canadá, 2000. Duración: 105 minutos.

Filme de aprendizaje, por tanto, es la primera referencia que viene a la mente ante el de Pool. Pero sólo en primera instancia: a pesar de una cierta previsibilidad de la trama, que apela cuando no debe a algún que otro cliché fácil -el buen clima general del idílico colegio; la manera de mostrar a la chica tímida, no por casualidad llamada Ratón (la narradora)-, lo cierto es que lo que termina prevaleciendo en él es la disección de un carácter radical y extremo, el de la amante despechada, cuyo ciego nihilismo adolescente termina por convertirse en el máximo interés, y también en el principal motor, de la función.

Pool mueve estos turbios elementos -la adolescencia problemática, el lesbianismo, el triste abandono familiar de la narradora- con sensibilidad y, hay que consignarlo a su favor, sin caer jamás en la explotación fácil ni del dolor ni del sexo, mostrado siempre con elegante, contenido pudor. Se le puede achacar que, en ocasiones, su cámara parezca como distraída, más atenta a captar la simpar belleza adolescente del trío protagonista que a avanzar sin tapujos por el poco agradecido camino de la denuncia de la hipocresía.

Pero a la postre, y es lo que importa, la salva su capacidad para comprender a sus personajes, para hilar en cada ocasión las razones, siempre dentro de una lógica comprensible, que los mueven; y para hacer respetar su desarmante, previsible inocencia: se diría que Pool recuerda muy bien los sobresaltos, las angustias, la rebeldía que se suele asociar a la condición adolescente... una memoria que, como espectadores, no podemos menos que agradecerle.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 25 de enero de 2002