La belleza como protesta, la poesía como actitud, la voz como bálsamo... Ordorika es un genio que traza tremenda hermosura partiendo de la sencillez extrema. No hace falta más. Lleva a un exquisito guitarrista que fabrica colchones de plumas, brillantes arcoiris sobre sus melodías; un implacable bajo le marca los tiempos con el anclaje de una batería que por lo simple que suena, asusta por su contundencia. Ordorika se apoya en todo eso, en su propia guitarra y en la seda de su voz para desgranar unas canciones preciosas que, aun cantadas en la dureza del euskera, aparecen tan reconfortantes como un oasis en el desierto. Hurrengo goizean es el disco que le traía por Madrid, una colección de canciones que en sus propias palabras son 'como ruegos, para ahuyentar las cosas malas; la mayoría de las veces, para no estar solo'. Cuánta razón. En tiempos que triunfan artistas teledirigidos, él sabe lo que quiere. Más próximo al Neil Young eléctrico o al mejor Lou Reed de la Velvet, asusta pensar que con todo ese bagaje maravilloso, y con la que está cayendo, va a seguir siendo siempre sólo un artista de culto.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de enero de 2002