Desde siempre me he sentido identificado con ese gran personaje desaparecido, Adolfo Marsillach. Últimamente, leí sus memorias y hubiera suscrito cada página escrita. Por ello he sentido siempre por él un gran respeto y admiración, además de entenderle en su eterna duda sobre todo. Porque en ella estamos muchos.
Pero lo que me ha parecido mal, aunque no me ha extrañado en absoluto, es la no presencia en su despedida de la ministra de Cultura y de algún miembro del Gobierno. Sobre todo, cuando días antes, otro gran personaje, como Camilo José Cela, tuvo la presencia de una parte importante del PP. Es mezquino que la política sea capaz de separar la cultura y el respeto hacia las personas.
El talante de este Gobierno es tan mezquino que no merece la pena ni una palabra más.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 27 de enero de 2002