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Reportaje:

Soldados de día, ladrones de noche

La policía de Kabul se ve impotente para controlar la corrupción de los milicianos

Abdul Qasím, segundo jefe de la comisaría número 10 de Kabul, responsable del céntrico barrio de Share-Naw, con 600.000 vecinos, hace salir de la habitación a sus cuatro subordinados cuando se le pregunta si muchos de los crímenes perpetrados en la capital no son obra de la victoriosa Alianza del Norte. "¿Qué les puedo decir a mis hombres cuando hay mandos de alta graduación que están involucrados?", responde.

Qasím reconoce que esa misma mañana ha escrito a un jefe militar para pedirle que reprenda a varios soldados, después de que tres mujeres se quejaran de que eran acosadas por la calle. Pero eso es una anécdota comparada con las acusaciones que el mando policial dirige contra tres comandantes: Muntaz, acuartelado en Kabul; Maulana Said Jel, con base en Jabal Saraj, y Haji Almas, de la provincia de Parwan. Los tres están implicados, asegura, en secuestros -por razones económicas o sexuales- y robos de coches y viviendas.

Frente a los comandantes mafiosos, la policía se muestra impotente. No se trata sólo de que tengan más soldados (2.000 el primero y 7.000 cada uno de los otros dos), sino de que los cuerpos de seguridad están infiltrados. Qasím cita a tres jefes de comisarías de Kabul obedientes al comandante Mumtaz.

La policía del Gobierno interino afgano, que preside Hamid Karzai, es poco más que una ficción. La comisaría de Share-Naw debería contar con 450 agentes, pero sólo quedan 100, pues los demás se han marchado. La razón es fácil de entender. Hace ocho meses que no cobran su salario, ni siquiera tienen uniformes y cada uno va vestido como puede, la mayoría sin botas. El Ministerio del Interior sólo les envía un centenar de raciones diarias, de ínfima calidad; y todo su armamento consiste en unas decenas de Kaláshnikov y 15 lanzagranadas. "Lo primero es tener un uniforme para que nos reconozca la gente", dice un agente. "Lo primero es llenar el estómago", replica su compañero.

Qasím se ríe cuando se le pregunta por la formación policial de sus hombres, la mayoría de los cuales ni siquiera ha ido a la escuela. Sólo cinco pueden considerarse verdaderos policías, admite. Frente a este famélico cuerpo policial, en Kabul hay unos 50.000 soldados de la Alianza del Norte, que deberían haberse retirado de la capital según los acuerdos de Bonn, pero a los que puede verse repartidos por media docena de cuarteles y paseando por las calles, fuertemente armados. Tampoco ellos han cobrado y muchos caen en la tentación de usar el fusil para cobrarse lo que se les adeuda. "Soldados de día, ladrones de noche", los llaman muchos afganos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 1 de febrero de 2002